14/12/2024

Fichte, la transición al idealismo

 

A Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) se le considera iniciador del idealismo alemán. Aunque en el principio fue un entusiasta seguidor de Kant, a lo largo de su vida reformuló varias veces sus posiciones filosóficas.

Nació en una famlia humilde, su padre era tejedor y su primer oficio fue pastor de gansos. Su deseo era ser predicador, y al estar dotado de una prodigiosa memoria repetía los discursos del párroco con haberlos escuchado una sola vez. Esta muestra de talento fue la razón de que le descubriera un señor feudal de la comarca, que en una ocasión en que llegó tarde al oficio religioso los lugareños de remitieron a Fichte. Asombrado ante tal demostración, el noble se hizo cargo de los estudios de Fichte para adquirir el estado eclesiástico. El temprano fallecimiento del noble obligó al jovencísimo Fichte a procurarse los medios para continuar los estudios. 

La necesidad de dar clases particulares para subsistir le puso en contacto con un alumno que le solicitó lecciones sobre la filosofía de Kant, lo que para Fichte supuso un descubrimiento fundamental, pues se sumergió en la obra de Kant y fue a visitarlo a Königsberg. Aunque la experiencia no fue satisfactoria por la fría acogida del maestro y porque en sus clases se dedicaba más a otros autores que a su propia teoría, Kant le recomendó a su editor para que le publicara un manuscrito con el título Ensayo sobre la crítica de toda revelación. El ensayo se publicó de forma anónima, no se sabe si accidentalmente o de forma deliberada, lo que llevó a los lectores a atribuírselo al mismo Kant, quien lo desmintió inmediatamente identificando al verdadero autor, lo que elevó a Fichte al estrellato.

Fichte fue en su vida profesional fue profesor y conferenciante. No llegó a adoptar el estado eclesiástico y ocupó varias cátedras universitarias hasta su muerte, contagiado de tifus por su mujer.

La obra más conocida de Fichte es, sin duda, los Discursos a la nación alemana1, escrita bajo la dominación de Napoleón. En los discursos, Fichte exalta el papel de la nación alemana en la historia, pero no tanto como una obra política que se ha conectado con sucesos posteriores sino como un revulsivo contra la ocupación extranjera.

Su teoría del conocimiento discurre inicialmente como un desarrollo de las tesis de Kant, pero pronto advierte que Kant tiene la verdadera filosofía, pero solo en sus resultados, no en sus fundamentos, y dedica a partir de entonces sus esfuerzos a la fundamentación, que considera el problema primordial de la filosofía y que es lo que permite elevar la filosofía a la categoría de ciencia. Esta cuestión se trata en su obra Fundamento de toda doctrina de la ciencia2 (1794), que fue revisada en numerosas ocasiones hasta el punto que se conocen de ella más de veinte redacciones. El objeto de la obra era tansformar la crítica kantiana en un sistema filosófico derivado de un principio fundamental.

En el prólogo, Fichte nos dice que

Creía, y sigo creyendo, que he descubierto el camino por el que la Filosofía tiene que elevarse al rango de una ciencia evidente.3

Para Fichte, toda ciencia tiene un principio fundamental del cual derivan todos los demás. En filosofía

Debemos buscar el principio fundamental absolutamente primero, completamente incondicionado de todo saber humano. Si este principio fundamental debe ser el primero absolutamente, no puede ser ni demostrado, ni determinado.4

Fichte observa que los fenómenos aparecen como tales si el sujeto los identifica como tales fenómenos. Si volvemos la mirada hacia el sujeto, no tiene sentido considerar al sujeto como un fenómeno, porque requiere un sujeto que lo convierta en fenómeno. Por eso establece como primer principio fundamental absolutamente incondicionado que el yo se pone a sí mismo, lo que significa que el yo es necesariamente identidad de sujeto y objeto: sujeto-objeto: y es tal absolutamente sin ulterior mediación

En palabras de Fichte5:

Si se piensa explicitar esta génesis en la cúspide de una Doctrina de la ciencia, he aquí los términos en los que tendría que expresarse: El yo pone originariamente de modo absoluto su propio ser.

El yo se afirma con su actividad, lo que supone su negación, porque afirmar significa afirmarse frente a algo. Entre las acciones del yo se presenta un acto de oponer; y este oponer es, según su pura forma, una acción absolutamente posible, independiente de toda condición y sin fundamento superior.

por esta acción absoluta, y absolutamente por ella, lo opuesto, en tanto que contra-puesto (como puro contrario en general), es puesto. Todo contrario, en cuanto tal, es absolutamente en virtud de una acción del yo y no tiene otro fundamento. El ser-opuesto en general es absolutamente puesto por el yo.

De aquí se deriva la segunda proposición fundamental: el yo pone al no-yo dentro de sí, que como el primero no puede ser demostrado ni derivado.

Si el yo es infinito y el no-yo, también, se excluyen mutuamente. Fichte considera que son dos momentos del yo que se limitan el uno a otro, y limitar implica dividir, lo que le permite afirmar que el yo y el no-yo son divisibles. Así, la tercera proposición fundamental es yo opongo en el yo al yo divisible un no-yo divisible6. La actividad del yo absoluto e infinito da lugar a la finitud, generando un yo finito y un no-yo finito que a su vez da lugar al yo individual dentro del yo absoluto.

En otra de sus obras, Primera y segunda introducción a la Teoría de la Ciencia7, Fichte afirma que la filosofía ha de indicar el fundamento de toda experiencia8. Observa que, si miramos a nuestro alrededor, nuestra conciencia percibe dos tipos de representaciones:

Unas nos parecen por completo dependientes de nuestra libertad, siéndonos imposible creer que les corresponda algo fuera de nosotros sin nuestra intervención. Nuestra fantasía, nuestra voluntad, nos parece libre. Otras las referimos, como a su modelo, a una verdad que debe existir independientemente de nosotros; y dada la condición de que deben concordar con esta verdad, nos encontramos ligados en la determinación de estas representaciones. En el conocimiento no nos tenemos, tocante a su contenido, por libres. Podemos decir en suma: algunas de nuestras representaciones van acompañadas por el sentimiento de la libertad, otras por el sentimiento de la necesidad.9

Está claro que las representaciones que creamos nosotros son así porque nosotros así lo hemos decidido, por lo que no tiene sentido plantear cuál es su fundamento, pero sí respecto a las que son consecuencia de la necesidad. Responder a esta pregunta es la tarea de la filosofía10 y la ciencia encargada de resolver el problema se denomina teoría de la ciencia11.

Toda la materia del pensar del ente racional finito procede de la experiencia, y también la del filósofo, de modo que parece difícil elevarse por encima de la experiencia, pero este puede abstraer, es decir, separar lo unido en la experiencia. En la experiencia están unidas la cosa, aquello que debe estar determinado independientemente de nuestra libertad y a lo que se dirige nuestro conocimiento, y la inteligencia, que es la que debe conocer. Nos dice Fichte12:

El filósofo puede abstraer de una de las dos -y entonces ha abstraído de la experiencia y se ha elevado sobre ella-. Si abstrae de la primera, obtiene una inteligencia en sí, es decir, abstraída de su relación con la experiencia; si abstrae de la última, obtiene una cosa en sí, es decir, abstraída de que se presenta en la experiencia; una u otra como fundamento explicativo de la experiencia.

El primer proceder se llama idealismo; el segundo, dogmatismo.

Fichte afirma que solo son posibles estos dos sistemas filosóficos13:

Según el primer sistema, las representaciones acompañadas por el sentimiento de la necesidad son productos de la inteligencia que hay que suponerles en la explicación. Según el último, son productos de una cosa en sí que hay que suponerles.

Plantea a continuación el diferente objeto en uno y otro sistema filosófico, al que llama objeto de la conciencia, indicando que hay tres clases de relaciones de este objeto con quien se lo representa:

O bien aparece el objeto como producido únicamente por la representación de la inteligencia, o bien como presente sin intervención de la misma, y en este último caso, o bien como determinado también en cuanto a su constitución, o bien como presente simplemente en cuanto a su existencia, pero en cuanto a la naturaleza, determinable por la inteligencia libre.14

En el primer caso se trata de algo inventado; en el segundo, se trata de un objeto de la experiencia; y en el tercero, se llega a un objeto único, que es el objeto del idealismo,

El objeto de este sistema se presenta, según esto, como algo real y realmente en la conciencia; no como una cosa en sí, (...) sino como yo en sí; no como objeto de la experiencia, pues él no está determinado, sino que es determinado simplemente por mí, y sin esta determinación no es nada, y sin ella ni siquiera es, sino como algo elevado por encima de toda experiencia.15

El dogmatismo afirma la realidad de la cosa en sí, como fundamento de toda experiencia, y sería así si la experiencia se pudiera explicar por referencia a la cosa en sí, pero aquí se encuentra la dificultad, ya que no se puede suponer lo que hay que demostrar16. Los términos de la discusión entre el idealista y el dogmático son

si debe ser sacrificada a la independencia del yo la independencia de la cosa, o a la inversa, a la independencia de la cosa la del yo.17

¿Qué lleva a las personas razonables a inclinarse por uno de los dos sistemas? Fichte responde que el interés, la divergencia de su interés18.

El dogmatismo considera que todo lo que se presenta a nuestra conciencia es un producto de la cosa en sí. Incluso el concepto de libertad deriva de las cosas, lo que conduce a un pensamiento materialista. En cambio, el idealismo postula la independencia del yo, que no depende de las cosas sino que se constituye a sí mismo y constituye las cosas. 

Fichte se inclina por la segunda postura, porque el dogmatismo da un salto arbitrario al pasar del ser al pensar al ser la cosa en sí incognoscible, mientras que el idealismo deduce el objeto a partir del sujeto, y como el pensamiento puede pensarse a sí mismo, se ponen en el mismo plano el sujeto pensante y el objeto pensado. En suma, en el pensamiento se une lo real y lo ideal, en tanto que a la cosa siempre se mueve en el terreno de lo real. Dicho de otro modo, conocemos la cosa por el pensamiento, mientras que conocemos el pensamiento por el mismo pensamiento.

En oposición a Kant y como idealista, Fichte descarta la existencia de la cosa en sí y por tanto, del sistema dogmático.

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1 Discursos a la nación alemana. Ediciones Orbis. Barcelona 1984.

2 Fundamento de toda doctrina de la ciencia. Edición de Juan Cruz Cruz. Pamplona 2005.

3 op. cit., pág. 35.

4 id., pág. 41.

5 id., pág. 48.

6 id., pág. 58.

7 Primera y segunda introducción a la Teoría de la Ciencia. SARPE. Madrid 1984.

8 id., pág. 31.

9 id., pág. 30.

10 id., pág. 31.

11 id., pág. 32.

12 id., pág. 34.

13 id., págs. 34-35.

14 id., pág. 36.

15 id. pág. 37.

16 id., pág. 38.

17 id., pág. 43.

18 id., pág. 44.


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