24/08/2024

Immanuel Kant y la crítica de la razón pura (I): el giro copernicano en la filosofía

 

Cuando se cumple el tercer centenario del nacimiento de Immanuel Kant (1724-1804) hemos de insistir en su capital aportación a la historia de la filosofía no solo por los caminos que abrió en la teoría del conocimiento, de lo que hablaremos aquí, sino también en la ética y en otros muchos campos como en las relaciones internacionales con su propuesta de creación de una sociedad de naciones. Hijo de un guarnicionero nacido en una familia pietista, en su obra se detecta la influencia de su formación religiosa por las continuas referencias al sentido del deber y al esfuerzo personal. Fue catedrático en la universidad de su ciudad natal Königsberg, en la Prusia oriental, y aunque cuando alcanzó la fama tuvo ofertas de universidades más prestigiosas se mantuvo siempre en ella. Fue una persona metódica y disciplinada, de baja estatura (alrededor de un metro y medio), y tan exacto observador de sus costumbres que se dice que los vecinos ponían en hora sus relojes cuando lo veían pasar en sus paseos diarios.

De su monumental obra hay que destacar las tres críticas: la Crítica de la razón pura (1781, con una segunda edición muy revisada en 1787), en la que se plantea qué podemos conocer; la Crítica de la razón práctica (1788), donde expone su teoría ética; y la Crítica del juicio (1790), sobre el juicio estético y el juicio teleológico. Además, son imprescindibles para conocer a Kant los Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia (1783), una explicación más accesible de lo expuesto en la primera Crítica; la Fundamentación metafísica de las costumbres (1785), antecedente de la segunda Crítica; y las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime (1764), donde aborda cuestiones que serán desarrolladas en su tercera Crítica.

La obra capital de Kant, la Crítica de la razón pura, es el resultado de un proceso de reflexión que como él mismo nos dice duró por lo menos doce años, y que fue escrito en cuatro o cinco meses con la máxima atención al contenido, pero con menos cuidado por el estilo y por facilitar la comprensión al lector. Las más de 800 páginas que tiene la edición que utilizamos no solo son de difícil lectura,[1] sino que han sido objeto de numerosas interpretaciones diferentes, lo que da idea de la complejidad de lo expuesto.

En sus inicios, Kant fue formado a partir de los postulados racionalistas de Christian Wolff que a su vez era seguidor de Leibniz. Para los racionalistas como Leibniz o Descartes, las ideas se corresponden con el mundo exterior, por lo que la mente refleja con el pensamiento lo que existe en el mundo y lo que pensamos concuerda perfectamente con la realidad. Para los empiristas, y especialmente para Hume, la experiencia es la única fuente de conocimiento, lo que deja sin fundamento todos los principios e ideas innatas que configuran el planteamiento racionalista y conduce a una posición escéptica y a la negación del conocimiento.

Kant agradece a Hume que le hiciera despertar del sueño dogmático, es decir, de las posiciones estrictamente racionalistas. Nos dice en los Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia[2]:

Lo confieso de buen grado: la advertencia de David Hume fue precisamente lo que hace muchos años interrumpió primero mi sueño dogmático y dio a mis investigaciones en el terreno de la filosofía especulativa una dirección completamente diferente.

Pero no por ello Kant se hace empirista. Kant considera que el conocimiento no es una percepción pasiva de los datos que nos proporcionan los sentidos, sino que el entendimiento a través de sus facultades interpreta los datos y crea el conocimiento. La teoría crítica del conocimiento es una combinación de los datos aportados por los sentidos con los conceptos que posee el entendimiento. Como afirma en el comienzo de la Crítica de la razón pura[3],

La experiencia es, sin duda, el primer producto de nuestro entendimiento, cuando elabora la materia bruta de las sensaciones sensibles. Precisamente por eso, es la primera instrucción, y, en su progreso, es tan inagotable en nuevas enseñanzas que las vidas concatenadas de todas las generaciones futuras no sufrirán nunca la falta de nuevos conocimientos que puedan ser cosechados en este suelo. Sin embargo, ella no es, ni con mucho, el único campo en que se puede encerar a nuestro entendimiento. Nos dice, por cierto, lo que existe, pero no, que ello deba ser necesariamente así, y no de otra manera. Por eso mismo, no nos proporciona verdadera universalidad, y la razón, que es tan ávida de esa especie de conocimientos, con ella queda más excitada que satisfecha.

En realidad, lo que Kant plantea es un cambio de perspectiva en el modo de pensar:

Hasta ahora se ha supuesto que todo nuestro conocimiento debía regirse por los objetos; pero todos los intentos de establecer, mediante conceptos, algo a priori sobre ellos, con lo que ensancharía nuestro conocimiento, quedaban anulados por esa suposición. Ensáyese, por eso, una vez, si acaso no avanzamos mejor, en los asuntos de metafísica, si suponemos que los objetos deben regirse por nuestro conocimiento (…)[4].

Este nuevo enfoque es lo que se ha venido a llamar el giro copernicano de Kant a partir de sus propias palabras:

Ocurre aquí lo mismo que con los primeros pensamientos de Copérnico, quien, al no poder adelantar bien con la explicación de los movimientos celestes cuando suponía que todas las estrellas giraban en torno del espectador, ensayó si no tendría mejor resultado si hiciera girar al espectador, y dejara, en cambio, en reposo a las estrellas.[5]

A Kant le interesan los conocimientos universales, que son claros y ciertos por sí mismos independientemente de la experiencia, a los que llama conocimientos a priori, mientras que los que adquirimos por la experiencia son conocimientos empíricos o a posteriori. Kant proclama que los conocimientos que no proceden del mundo sensible son el objeto de nuestras más importantes investigaciones[6], y pone por ejemplo a los conocimientos matemáticos:

La matemática nos da un ejemplo brillante, de cuán lejos podemos llegar con el conocimiento a priori, independientemente de la experiencia[7]. 

Para extender el conocimiento a priori a otros campos del conocimientos diferentes de la matemática o de la física, Kant estudia la diferencia entre los juicios analíticos y los juicios sintéticos, entendiendo por juicio la relación entre un sujeto y un predicado, y considerando en este punto únicamente los juicios afirmativos.

El juicio analítico es aquel en que el predicado está contenido en el sujeto, es decir, que no aporta nada nuevo, mientras que en el juicio sintético el predicado da una información que no se encuentra en el sujeto, aunque esté conectado a él[8]. Kant les llama también respectivamente juicios de explicación, porque solo desintegran el sujeto en conceptos parciales que ya estaban en él, y juicios de ensanchamiento, porque añaden al sujeto un predicado que no estaba pensado en él y que no podría haberse obtenido mediante ningún análisis de él. Para ejemplificarlo, Kant nos dice que la expresión todos los cuerpos son extensos es un juicio analítico, porque descomponiendo el concepto cuerpo encontramos conectada con él la extensión. Pero si decimos que todos los cuerpos son pesados estamos formulando un juicio sintético porque se trata de un predicado no incluido en el concepto cuerpo[9]. En resumen:

(…) de aquí resulta claro: 1) Que mediante juicios analíticos no se ensancha nuestro conocimiento, sino que se despliega el concepto que ya poseo, y se lo hace comprensible para mí mismo; 2) Que en el caso de los juicios sintéticos debo tener, además del concepto del sujeto, algo diferente en lo cual se apoya el entendimiento para conocer un predicado que no reside en aquel concepto, como perteneciente sin embargo a él[10]. 

Esto es muy evidente y fácil de determinar en los juicios empíricos o de experiencia, nos dice Kant, porque la experiencia es la que nos aporta ese dato o esa característica, en el ejemplo, la pesantez, que no se encuentra en el sujeto, que en nuestro caso son los cuerpos[11].

Pero en los juicios sintéticos a priori, que por definición no se fundan en la experiencia, hay que ver en qué se han de fundamentan, ya que no puede ser en la experiencia, y pone como ejemplo la proposición todo lo que acontece tiene su causa, que es un juicio sintético porque el concepto de causa indica algo diferente de lo que acontece, y no suministrado por la experiencia, porque el predicado diferente del concepto del sujeto añade una universalidad que la experiencia no puede suministrar, y una necesidad en los mismos términos. Por lo tanto, se trata de un juicio enteramente a priori derivado únicamente de conceptos sin intervención de la experiencia[12].

En los principios que nos permiten enunciar juicios sintéticos a priori se funda el progreso en el conocimiento puro del entendimiento. No es que los juicios analíticos no sean importantes, pero solo para alcanzar la distinción de los conceptos. Kant propone 

descubrir con la debida universalidad el fundamento de la posibilidad de los juicios sintéticos a priori; entender las condiciones que hacen posible cada una de las especies de ellos; y no caracterizar todo este conocimiento  (…) por medio de una somera circunscripción, sino determinarlo, de manera completa y suficiente para cualquier uso, en un sistema, de acuerdo con sus fuentes originarias, sus divisiones, su alcance y sus límites[13]. 

La novedad del planteamiento es destacada por el mismo Kant en una nota a pie de página en la que afirma -con razón- que

Si a alguno de los antiguos se le hubiera ocurrido aun tan solo plantear esta pregunta, ella sola habría ofrecido poderosa resistencia a todos los sistemas de la razón pura, hasta nuestro tiempo, y habría ahorrado así muchos intentos vanos que fueron emprendidos a ciegas, sin saber de qué se trataba propiamente.[14] 

Y con ello identifica una ciencia particular a partir del conocimiento puro en el que no hay mezclada ninguna experiencia ni sensación, el que es enteramente a priori, que procede de la razón, y por eso razón pura es aquella que contiene los principios para conocer algo absolutamente a priori. Pero como una ciencia que proporcione un sistema de la razón pura no está todavía establecida, nos tenemos que conformar con una ciencia del mero enjuiciamiento de la razón pura, de sus fuentes y sus límites, que no puede llamarse doctrina sino solamente crítica de la razón pura, con una función únicamente negativa de depurar nuestra razón y liberarla de errores, no para el ensanchamiento[15]. De aquí Kant extrae los conceptos de filosofía trascendental, que es un sistema que se ocupa de los conceptos a priori, y de crítica trascendental, que no tiene por objeto el ensanchamiento de los conocimientos sino solo la rectificación de ellos[16].

Nos dice Kant que el problema propio de la razón pura está contenido en la pregunta ¿Cómo son posibles juicios sintéticos a priori?[17] Y para contestar a las preguntas ¿Cómo es posible la matemática pura?; ¿Cómo es posible la ciencia pura de la naturaleza (la física)? y ¿Cómo es posible la metafísica como ciencia? El planteamiento ha de ser ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en matemática, en física y en metafísica? La respuesta nos la ofrece Kant en las siguientes páginas de la Crítica. A la primera, en la Estética trascendental; a la segunda, en la Analítica trascendental; y a la tercera, en la Dialéctica trascendental. Nos ocuparemos de ello en las siguientes publicaciones.



[1]   Utilizamos la versión traducida por Mario Caimi de la Crítica de la razón pura, Ediciones Colihue S R I. Buenos Aires 2007.

[2]   Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia, pág. 3. Istmo. Madrid 1999.

[3]   Crítica..., op. Cit., pág. 45.

[4]   id., pág. 21.

[5]   id.

[6]   id., pág. 46.

[7]   id., pág. 48.

[8]   id., pág. 49.

[9]   id., pág. 50.

[10]   id.

[11]   id., pág. 51.

[12]  id., pág. 52.

[13]  id., págs. 52-53.

[14]  id., pág. 52.

[15]  id., pág. 53.

[16]  id., pág. 54.

[17]  id., pág. 75


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