A Auguste Comte (1788-1857) se le considera precursor de la sociología como ciencia, aunque para algunos es su creador, y también fundador del positivismo como corriente filosófica que afirma que el conocimiento válido solo proviene de la experiencia observable y verificable a través del método científico, y rechaza la especulación metafísica y la teología como fuentes de conocimiento. En realidad, el positivismo no busca la verdad sino leyes generales que expliquen lo observado.
Comte nació en Montpellier (Francia) en una familia católica y monárquica, aunque a los catorce años se declaró republicano y librepensador. Tuvo mala salud y un cuerpo desproporcionado que probablemente indujeron su tendencia al aislamiento y también a adquirir una gran fuerza de voluntad. Inició los estudios de ingeniería en la escuela Politécnica de París en 1814, pero fue expulsado de ella en 1816 por indisciplina y republicanismo. Poco después conoció al socialista utópico Saint Simon y entró a su servicio como secretario personal, lo que le permitió publicar numerosos artículos en revistas que aquel editaba, aunque más adelante rompió con él. Su actividad principal pasó a ser la impartición de clases particulares, y comenzó en su casa un curso de filosofía positiva en 72 sesiones que se interrumpió después de la tercera por un ataque de enajenación mental. Recogió sus lecciones en los seis volúmenes de su Curso de filosofía positiva1 que redactó durante doce años (1830-1842) con un gran ritmo de trabajo que hizo peligrar su salud física y mental. Ocupó temporalmente una cátedra de matemáticas en París, donde murió de ictericia.
La obra más relevante de Comte desde el punto de vista filosófico es el Curso de filosofía positiva, que escribió sin intención de publicarla, solo para que le sirviera de guion para sus clases. En ella se plantea el desarrollo científico de las seis ciencias fundamentales, que son:
Matemáticas
Física celeste o astronomía
Física terrestre o física mecánica
Química o física química
Física orgánica o fisiología
Física social o sociología
De lo resultados de la sociología positiva Comte propone la reorganización de la sociedad de una manera científica.
En la lección primera del Curso de filosofía positiva Compte expone la ley de los tres estados, que es la que rige a su juicio la evolución de la humanidad. Según este planteamiento, tanto el individuo como la especie humana han pasado por tres fases o estadios diferentes en función de su manera de explicar la realidad.
Comte no propuso la ley de los tres estados como una tesis filosófica propia, sino como el resultado natural al que tiende la historia del espíritu humano, que llega a su madurez después de pasar por dos etapas anteriores. Aunque planteada por primera vez en el Curso de filosofía positiva, Comte vuelve sobre ella en su Discurso sobre el espíritu positivo2, que aparece como introducción a su Tratado filosófico de astronomía popular (1844), que es una síntesis completa del pensamiento filosófico de Comte y en la que enuncia la ley de la evolución intelectual de la humanidad o ley de los tres estados.
Comte observa que, de acuerdo con esta ley, tanto las especulaciones en el individuo como en la especie están sujetas inevitablemente a pasar sucesivamente por tres estados teóricos distintos, que son el estado teológico, el estado metafísico y el estado positivo.
(...) el primer estado debe considerarse siempre, desde ahora, como provisional y preparatorio; el segundo, que no constituye en realidad más que una modificación disolvente de aquél, no supone nunca más que un simple destino transitorio, a fin de conducir gradualmente al tercero; en éste, el único plenamente normal, es en el que consiste, en todos los géneros, el régimen definitivo de la razón humana.3
En el estado teológico o ficticio, los fenómenos naturales se explican por intervenciones sobrenaturales, por causas extrínsecas a la naturaleza que se reconducen a explicaciones antropomórficas. Se caracteriza por la búsqueda de las causas últimas.
En su primer despliegue, necesariamente teológico, todas nuestras especulaciones muestran espontáneamente una predilección característica por las cuestiones más insolubles, por los temas más radicalmente inaccesibles a toda investigación decisiva. Por un contraste que, en nuestros días, debe parecer al pronto inexplicable, pero que, en el fondo, está en plena armonía con la verdadera situación inicial de nuestra inteligencia, en una época en que el espíritu humano está aún por bajo de los problemas científicos más sencillos, busca ávidamente, y de un modo casi exclusivo, el origen de todas las cosas, las causas esenciales, sea primeras, sea finales, de los diversos fenómenos que le extrañan, y su modo fundamental de producción; en una palabra, los conocimientos absolutos.4
Esta etapa tiene tres fases en función de las soluciones que ofrece a los problemas planteados:
1. El fetichismo: en esta fase se atribuye a todos los objetos una vida superior, esencialmente análoga a la nuestra, pero más enérgica casi siempre. La adoración de los astros caracteriza el grado más alto de esta primera fase teológica.5
2. El politeísmo: en esta fase predomina la imaginación sobre el instinto y el sentimiento, y se retira la vida de los objetos materiales para ser misteriosamente transportada a diversos seres ficticios, habitualmente invisibles, cuya activa y continua intervención se convierte desde ahora en la fuente directa de todos los fenómenos exteriores e incluso, más tarde, de los fenómenos humanos.6
3. El monoteísmo: en esta fase se simplifican las respuestas pensando que todos los fenómenos están sujetos a lesyes invariables, con lo que decae la filosofía precedente basada en la imaginación.7
Comte considera que aunque nos pueda parecer ahora la fase teológica una imperfecta manera de filosofar, tuvo que ser durante largo tiempo tan indispensable como inevitable, porque incluso hoy existe la tendencia involuntaria a las explicaciones esencialmente teológicas, en cuanto queremos penetrar directamente el misterio inaccesible del modo fundamental de producción de cualesquiera fenómenos, y sobre todo respecto a aquellos cuyas leyes reales todavía ignoramos8.
En el siguiente estado, el estado metafísico o abstracto, las fuerzas naturales son sustituidas por esencias y fuerzas inmanentes a la naturaleza pero aún ocultas y misteriosas confiadas al pensamiento abstracto. Para Comte se trata de una fase intermedia y transitoria entre la infancia y la virilidad, para preparar el salto cualitativo entre una y otra.
Por sumarias que aquí tuvieran que ser estas explicaciones generales sobre la naturaleza provisional y el destino preparatorio de la única filosofía que realmente conviniera a la infancia de la Humanidad, hacen sentir fácilmente que este régimen inicial difiere demasiado hondamente, en todos aspectos, del que vamos a ver corresponder a la virilidad mental, para que el paso gradual de uno a otro pudiera operarse gradualmente, bien en el individuo o bien en la especie, sin el creciente auxilio de una como filosofía intermedia, esencialmente limitada a este menester transitorio.9
En esta fase se introduce el razonamiento y la especulación.
Las especulaciones en ella dominantes han conservado el mismo esencial carácter de tendencia habitual a los conocimientos absolutos: sólo la solución ha sufrido aquí una transformación notable, propia para facilitar el mejor despliegue de las concepciones positivas. Como la teología, en efecto, la metafísica intenta sobre todo explicar la íntima naturaleza de los seres, el origen y el destino de todas las cosas, el modo esencial de producirse todos los fenómenos; pero en lugar de emplear para ello los agentes sobrenaturales propiamente dichos, los reemplaza, cada vez más, por aquellas entidades o abstracciones personificadas, cuyo uso, en verdad característico, ha permitido a menudo designarla con el nombre de ontología.10
No predomina la imaginación pero tampoco se manifiesta una verdadera observación, pues se tiende a saberes absolutos y la naturaleza de los seres se explica por medio de abstracciones.
Ya no es entonces la pura imaginación la que domina, y todavía no es la verdadera observación: pero el razonamiento adquiere aquí mucha extensión y se prepara confusamente al ejercicio verdaderamente científico. Se debe hacer notar, por otra parte, que su parte especulativa se encuentra primero muy exagerada, a causa de aquella pertinaz tendencia a argumentar en vez de observar que, en todos los géneros, caracteriza habitualmente al espíritu metafísico, incluso en sus órganos más eminentes.11
La utilización como método del razonamiento lleva de las entidades generales a una sola entidad general, al modo del monoteísmo, que fundamenta todas las demás y es la naturaleza.
Un orden de concepciones tan flexible, que no supone en forma alguna la consistencia propia, durante tanto tiempo, del sistema teológico, debe llegar, por otra parte mucho más rápidamente, a la correspondiente unidad, por la subordinación gradual de las diversas entidades particulares a una sola entidad general, la Naturaleza, destinada a determinar el débil equivalente metafísico de la vaga conexión universal que resultaba del monoteísmo.12
La etapa metafísica, nos dice Comte, no es susceptible más que de una mera actividad crítica o disolvente, sin poder organizar nunca nada que le sea propio. Conserva todos los fundamentos principales del sistema teológico, pero quitándoles cada vez más aquel vigor y fijeza indispensables a su autoridad efectiva; y esta es su principal utilidad pasajera, porque la metafísica no es más que una especie de teología gradualmente enervada por simplificaciones disolventes, con una aptitud provisional para mantener un cierto e indispensable ejercicio de generalización, pero que impiden el despliegue especial de las concepciones positivas,
por fin, recibir mejor alimento.
Según su carácter contradictorio, el régimen metafísico u ontológico está siempre situado en la inevitable alternativa de tender a una vana restauración del estado teológico, para satisfacer las condiciones de orden, o bien llegar a una situación puramente negativa, a fin de escapar al opresivo imperio de la teología. Esta oscilación necesaria, que ahora no se observa más que frente a las más difíciles teorías, ha existido igualmente en otro tiempo, a propósito de las más sencillas, mientras ha durado su edad metafísica, en virtud de la impotencia orgánica que pertenece siempre a tal manera de filosofar.13
La etapa positiva o real sustituye las hipótesis metafísicas por una investigación de los fenómenos limitada a la enunciación de sus relaciones. En ella se renuncia a todo lo trascendente y se centra en la averiguación y comprobación de las leyes que da la experiencia. Se abandonan las causas y se investigan y establecen leyes.
El estado positivo o real presenta cuatro características:
1. El carácter principal es la ley, o subordinación constante de la imaginación a la observación. Nos dice Comte que las explicaciones vagas y arbitrarias propias de la filosofía inicial, en sus fases teológica y metafísica, han provocado la renuncia del espíritu humano a las investigaciones absolutas, que no convenían más que a su infancia, y se esfuerza en la verdadera observación, única base posible de los conocimientos accesibles en verdad.
(La lógica especulativa) Desde ahora reconoce, como regla fundamental, que toda proposición que no puede reducirse estrictamente al mero enunciado de un hecho, particular o general, no puede ofrecer ningún sentido real e inteligible. Los principios mismos que emplea no son ya más que verdaderos hechos, sólo que más generales y más abstractos que aquellos cuyo vínculo deben formar.14
Desaparece aquí la supremacía mental de la imaginación, que queda subordinada a la observación.
la revolución fundamental que caracteriza a la virilidad de nuestra inteligencia consiste esencialmente en sustituir en todo, a la inaccesible determinación de las causas propiamente dichas, la mera investigación de las leyes, es decir, de las relaciones constantes que existen entre los fenómenos observados.15
2. Naturaleza relativa del espíritu positivo. El conocimiento y la filosofía en la etapa positiva es siempre relativa a una situación y organización.
si nuestras concepciones, cualesquiera que sean, deben considerarse ellas mismas como otros tantos fenómenos humanos, tales fenómenos no son simplemente individuales, sino también, y sobre todo, sociales, puesto que resultan, en efecto, de una evolución colectiva y continua, todos cuyos elementos y todas cuyas fases están en una esencial conexión. Así, pues, si en el primer aspecto se reconoce que nuestras especulaciones deben depender siempre de las diversas condiciones esenciales de nuestra existencia individual, es menester admitir igualmente, en el segundo, que no están menos subordinadas al conjunto del progreso social, de modo que no pueden tener nunca la fijeza absoluta que los metafísicos han supuesto.16
Es decir, nuestros conocimiento son relativos, porque son válidos en un determinado momento y en una determinada situación. La ciencia avanza.
3. Destino de las leyes positivas: previsión racional. Hay que dar una finalidad a nuestros conocimientos, que es la previsión racional, es decir, ver para prever.
Una previsión tal, consecuencia necesaria de las relaciones constantes descubiertas entre los fenómenos, no permitirá nunca confundir la ciencia real con esa vana erudición que acumula hechos maquinalmente sin aspirar a deducirlos unos de otros. (...) pues la exploración directa de los fenómenos realizados no podría bastar para permitirnos modificar su cumplimiento, si no nos condujera a preverlos convenientemente. Así, el verdadero espíritu positivo consiste, ante todo, en ver para prever, en estudiar lo que es, a fin de concluir de ello lo que será, según el dogma general de la invariabilidad de las leyes naturales.17
4. Extensión universal del dogma fundamental de la invariabilidad de las leyes generales. La actitud que se ha expuesto no seria posible si no se concibieran las leyes naturales como invariables.
El principio de la invariabilidad de las leyes naturales no empieza realmente a adquirir alguna consistencia filosófica sino cuando los primeros trabajos verdaderamente científicos han podido manifestar su esencial exactitud frente a un orden entero de grandes fenómenos (..). Según esta introducción sistemática, este dogma fundamental ha tendido, sin duda, a extenderse, por analogía, a fenómenos más complicados, incluso antes de que sus leyes propias pudieran conocerse en modo alguno.18
Comte explica a continuación qué entiende por positivo. Considera que es una manera especial de filosofar, que consiste en considerar que las teorías tienen por objetivo la coordinación de os hechos observados, y añade que el término positivo tiene cinco sentidos:
1. Positivo designa lo real, que la filosofía positiva solo debe dedicarse a lo verdaderamente asequible y abandonar la búsqueda de significados ocultos.
2. Positivo es útil porque la nueva filosofía contribuye a la mejora del individuo y de la sociedad, no es una mera especulación intelectual.
3. Positivo es certeza, porque el método empleado evita la indefinición que era el resultado de la especulación como única forma de comprobación de los conocimientos.
4. Positivo es preciso, porque la verdadera filosofía ha de alcanzar una precisión que supere las
Considerada en primer lugar en su acepción más antigua y más común, la palabra positivo designa lo real, por oposición a lo quimérico: en este aspecto, conviene plenamente al nuevo espíritu filosófico, caracterizado así por consagrarse constantemente a las investigaciones verdaderamente asequibles a nuestra inteligencia, con exclusión permanente de los impenetrables misterios con que se ocupaba sobre todo su infancia. En un segundo sentido, muy próximo al precedente, pero distinto, sin embargo, este término fundamental indica el contraste de lo útil y lo inútil: entonces recuerda, en filosofía, el destino necesario de todas nuestras sanas especulaciones para el mejoramiento continuo de nuestra verdadera condición, individual y colectiva, en lugar de la vana satisfacción de una estéril curiosidad. Según una tercera significación usual, se emplea con frecuencia esta feliz expresión para calificar la oposición entre la certeza y la indecisión: indica así la aptitud característica de tal filosofía para constituir espontáneamente la armonía lógica en el individuo y la comunión espiritual en la especie entera, en lugar de aquellas dudas indefinidas y de aquellas discusiones in-terminables que había de suscitar el antiguo régimen mental. Una cuarta acepción ordinaria, confundida con demasiada frecuencia con la precedente, consiste en oponer lo preciso a lo vago: este sentido recuerda la tendencia constante del verdadero espíritu filosófico aobtener en todo el grado de precisión compatible con la naturaleza de los fenómenos y conforme con la exigencia de nuestras verdaderas necesidades; mientras que la antigua manera de filosofar conducía necesariamente a opiniones vagas, ya que no llevaba consigo una indispensable disciplina más que por una constricción permanente, apoyada en una autoridad sobrenatural.19
5. Positivo es organización, o capacidad de organizar. Se trata de analizar el pasado no para criticarlo sino para construir.
En este aspecto, indica una de las más eminentes propiedades de la verdadera filosofía moderna, mostrándola destinada sobre todo, por su naturaleza, no a destruir, sino a organizar. (...) La sana filosofía rechaza radicalmente, es cierto, todas las cuestiones necesariamente insolubles: pero, al justificar por qué las desecha, evita el negar nada respecto a ellas, lo que sería contradictorio con aquel desuso sistemático, por el cual solamente deben extinguirse todas las opiniones verdaderamente indiscutibles.20
Concluimos destacando que este espíritu filosófico es una tendencia a sustituir lo absoluto por lo relativo, con un método que permite apreciar el valor de las teorías opuestas.
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1 Auguste Comte: Curso de filosofia positiva. Lecciones 1 y 2. Ediciones Orbis, SA. 1984.
2 Auguste Comte: Discurso sobre el espíritu positivo. Fundación Carlos Slim. Ciudad de México. México.
3 id., pág. 4.
4 id., pág. 5.
5 id.
6 id., págs. 5-6.
7 id., pág. 6.
8 id.
9 id., pág. 9.
10 id.
11 id., págs. 9-10.
12 id., pág. 10.
13 id.
14 id., pág. 12.
15 id.
16 id., págs. 13-14.
17 id., pág. 15.
18 id., págs. 15-16.
19 id., págs. 31-32.
20 id., pág. 3