Søren Aabye Kierkegaard (1813-1855), danés, es el primero de los existencialistas. Hijo de un padre dominante, recibió una educación religiosa severa y anticuada, y en la escuela pasó por ser un niño “raro” por la ropa que vestía, semejante a la de la beneficencia. Será casualidad, pero la traducción de su nombre es Severo Camposanto. Ingresó en 1830 en la Universidad de Copenhague para estudiar teología, pero pronto se decantó por la filosofía y se interesó por Hegel, el filósofo de moda entonces. Como consecuencia de unas revelaciones que le hizo su padre -a quien consideraba un modelo de religiosidad- sobre su vida anterior (que maldijo a Dios por las penalidades que entonces pasaba, y que estuvo unido a su madre en vida de su anterior esposa) sufrió una crisis espiritual que le llevó a una vida de libertinaje e incluso a un intento de suicidio en 1836.
No obstante, en 1838, en la fecha y hora que anotó en su diario, tuvo una experiencia religiosa que le llevó a la conversión y a finalizar sus estudios de teología. Asistió en Berlín junto a Bakunin, Burkhardt y Engels a las clases de Schelling. Sus primeras obras se publicaron bajo seudónimo para expresar diversos puntos de vista y contradecir sus propias afirmaciones, adoptando una postura objetiva, crítica y distante. Fue un auténtico desconocido más allá de las fronteras de Dinamarca hasta muchos años después de su muerte, y del valor de su obra una vez descubierta da idea el hecho de que Miguel de Unamuno, gran admirador de Kierkegaard, estudió danés para leer en versión original a nuestro autor.
Aunque su obra más conocida sea probablemente El concepto de la angustia1, su principal obra filosófica es Postscriptum no científico y definitivo a Migajas filosóficas2, que hace referencia a una obra anterior, Migajas filosóficas o un poco de filosofía3, publicada bajo el seudónimo de Johannes Climacus, en la que explora la relación entre el conocimiento, la fe y la existencia individual, y examina la dificultad de comprender la verdad, especialmente la verdad religiosa, y cómo esta se relaciona con la experiencia subjetiva del individuo.
En el Postscriptum, Kierkegaard explora la verdad subjetiva, argumentando que no se trata de un mero subjetivismo, sino de una relación vital y existencial con la verdad, donde la interioridad del individuo juega un papel fundamental en su comprensión y vivencia de la verdad.
Desde el encabezamiento de un capítulo del Postscriptum, Kierkegaard afirma que la verdad es subjetividad4 y distingue entre la verdad idealista, para la que el ser debe adecuarse al pensamiento, y la verdad empirista, para la cual el pensamiento debe adecuarse al ser.
Ya sea que definamos la verdad de un modo empírico como la adecuación entre pensamiento y ser, o de una manera más idealista, lo importante en cualquiera de los dos casos es prestar cuidadosa atención a lo que se entiende por ser y atender también que el espíritu cognoscente no sea seducido por lo indefinido y fantástico, convirtiéndose de ese modo en un algo que nunca ningún ser humano existente ha sido o podría ser: un fantasma con el cual se entretiene el individuo ocasionalmente, pero sin explicitarse nunca a sí mismo con dialécticos términos medios cómo es que ha llegado a este reino fantástico, (...)5
Kierkegaard descarta la verdad idealista por ser tautológica puesto que pensamiento y ser serán una misma cosa y la adecuación entre pensamiento y ser no será más que una abstracta identidad consigo misma, una mera reduplicación6. Pero la verdad empírica tiene su espacio en el mundo variable y contingente de lo material.
El camino de la reflexión objetiva convierte al individuo subjetivo en algo accidental y, por el mismo motivo, hace de la existencia algo indiferente y efímero. El camino que lleva a la verdad objetiva nos aleja del sujeto, y en tanto que el sujeto y la subjetividad se vuelven indiferentes, la verdad se torna asimismo indiferente, y en esto radica precisamente su validez objetiva, porque el interés, al igual que la decisión, son categorías subjetivas. El camino de la reflexión objetiva nos lleva ahora hacia el pensamiento abstracto, hacia las matemáticas y las diversas clases de conocimiento histórico, y nos aleja siempre del individuo subjetivo, cuya existencia o no existencia se vuelven desde el punto de vista objetivo algo que, propiamente hablando, es infinitamente indiferente7
En la versión idealista, la correspondencia entre ser y pensamiento es perfecta, mientras que la empírica solo ofrece una correspondencia aproximada. El principio del cual parte la búsqueda de la verdad tiene su origen en una decisión subjetiva en virtud de una creencia subjetiva de tal modo que incluso la certeza de una verdad objetiva sostenida en datos verificables y argumentos compartidos se sostiene, en principio, en una creencia subjetiva.
Uno de los riesgos comúnmente asociados a la defensa del carácter subjetivo de la verdad es la locura; esto es, la incapacidad de distinguir adecuadamente el pensamiento predicado a partir del ser.
El camino objetivo, sin embargo, se considera poseedor de una seguridad de la cual carece el camino subjetivo (evidentemente, la existencia, aquello que significa existir, es incompatible con la seguridad objetiva). De este modo pretende eludir el peligro que acecha en el camino subjetivo, peligro que en su punto máximo se llama locura. En una definición puramente subjetiva de la verdad, esta se torna al final en algo completamente indistinguible de la locura, ya que es posible que ambas tengan interioridad. Pero uno no se vuelve loco siendo objetivo.8
La locura es muy parecida a la verdad idealista, pero no siempre logra para sí misma adecuar el pensamiento al ser. A diferencia de la creencia determinada y fija del loco, la verdad subjetiva no posee nunca un contenido determinado en relación con el ser, sino que se proyecta a un contenido modificable. Así pues, frente a la frustrante imposibilidad de adecuar el pensamiento al ser de la locura, la verdad subjetiva se proyecta a la tarea infinita de adecuar el ser al pensamiento. La verdad objetiva como tal no resuelve en lo absoluto la cuestión de si quien la afirma esta cuerdo. Kierkegaard lo ejemplifica diciendo que Don Quijote es el prototipo de la locura subjetiva en que se aferra a una idea fija particular y finita9.
La reflexión subjetiva toma el camino interior hacia la subjetividad, y pretende ser en dicha interiorización la reflexión de la verdad, de suerte que la subjetividad se vuelve el factor decisivo y la objetividad desaparece10.
Todo conocimiento esencial concierne a la existencia, o en otras palabras, solo aquellos conocimientos cuya relación con la existencia es esencial son conocimientos esenciales. El conocimiento que no concierne interiormente en la reflexión de la interioridad a la existencia no es esencialmente más que un conocimiento accidental, y su nivel y alcance son esencialmente indiferentes11.
El conocimiento esencial que esencialmente se relaciona con la existencia, no hace referencia, sin embargo, a la identidad abstracta entre pensamiento y ser, ni significa tampoco que el conocimiento se relacione objetivamente con algo existente considerándolo como su objeto, sino que más bien significa que el conocimiento se relaciona con el cognoscente, que es esencialmente un existente, y que todo conocimiento esencial se relaciona, por consiguiente, con la existencia y con el existir. Entonces solamente el conocimiento ético y el ético-religioso son conocimientos esenciales. Pero todo conocimiento ético y ético-religioso se relaciona esencialmente con el existir del cognoscente12.
Para aclarar la divergencia entre la reflexión objetiva y la reflexión subjetiva, Kierkegaard describe la reflexión subjetiva en su interior búsqueda por la interioridad. En su punto más elevado, la interioridad en un hombre existente es la pasión; la verdad como paradoja corresponde a la pasión, y el hecho de que la verdad se convierte en paradoja está fundado justamente en su relación con un sujeto existente. De este modo, lo uno corresponde a lo otro. Cuando se olvida que uno es un existente, se pierde la pasión, y en oposición, la verdad no se convierte en paradoja; sin embargo, el sujeto cognoscente pasa de ser hombre a ser un algo fantástico, y la verdad se convierte en un objeto fantástico para su conocimiento13.
Cuando la subjetividad es verdad, la definición de la verdad debe también contener en sí una expresión de la antítesis de la objetividad, un recuerdo de aquella bifurcación en el camino, y esta expresión indicará al mismo tiempo la tensión de la interioridad. Kierkegaard la define así:
Una incertidumbre objetiva, apropiada firmemente en virtud de la más apasionada interioridad, es la verdad, la más alta verdad que hay para un sujeto existente.14
En el punto en que se bifurca el camino, y dónde se encuentra tal punto es algo que no puede decirse objetivamente, pues justamente es algo subjetivo, se suspende el conocimiento objetivo. Objetivamente se tiene solo incertidumbre, pero es precisamente esto lo que tensa a la infinita pasión de la interioridad, y la verdad consiste precisamente en la arriesgada aventura de elegir con la pasión de lo infinito la incertidumbre objetiva.
La afirmación de que la subjetividad o interioridad es la verdad contiene en si la socrática sabiduría cuyo inmortal merito consiste en prestar atención al significado esencial del existir y al hecho de que el cognoscente es un sujeto existente. Esa es la razón por la que Sócrates, en su ignorancia, se hallaba en la verdad en su más alto sentido dentro del paganismo15.
Cuando la subjetividad, o interioridad, es la verdad, entonces la verdad, según su definición objetiva, es una paradoja; y el hecho de que la verdad sea objetivamente una paradoja muestra precisamente que la subjetividad es la verdad, pues ciertamente la objetividad se escandaliza, y la repulsión de la objetividad, o la expresión de la repulsión de la objetividad, es la tensión y el dinamómetro de la interioridad16.
El cristianismo se ha proclamado él mismo como lo eterno, como la esencial verdad que ha devenido existente en el tiempo; se ha proclamado como la paradoja, y ha exigido la interioridad de la fe que es un escándalo para los judíos y una locura para los griegos17, un absurdo para el entendimiento. No se puede expresar más enfáticamente que la subjetividad es la verdad y que ante ella la objetividad se escandaliza justamente en virtud del absurdo, y que resulta extraño que el cristianismo haya venido al mundo buscando ser explicado. No existe una expresión de mayor interioridad de que la subjetividad es la verdad, que decir que la subjetividad era en un principio falsedad y que, a pesar de todo, la subjetividad es la verdad18.
Si Pilatos no hubiese objetivamente preguntado por aquello que es la verdad19, nunca hubiera permitido que Cristo fuera crucificado. Si hubiera preguntado subjetivamente, entonces la pasión de la interioridad respecto de lo que en verdad debía hacer con esta decisión a la que ahora se enfrentaba, le hubiera impedido cometer una injusticia. De ser así, no solo su esposa se habría angustiado por su atemorizante visión, sino que Pilatos mismo hubiera perdido el sueño. Pero cuando alguien tiene ante sus ojos algo tan inmensamente grande como la verdad objetiva, puede fácilmente descartar esta migaja suya de subjetividad y aquello que en tanto individuo subjetivo debe hacer. Entonces el proceso de aproximación de la verdad objetiva se manifiesta simbólicamente como un lavarse las manos20, porque objetivamente no hay decisión, en tanto que la decisión subjetiva demuestra que se estaba en la falsedad al no comprender que la decisión radica cabalmente en la subjetividad21.
Como resumen, hemos de decir que Kierkegaard explora la verdad subjetiva, argumentando que no se trata de un mero subjetivismo, sino de una relación vital y existencial con la verdad, donde la interioridad del individuo juega un papel fundamental en su comprensión y vivencia de la verdad. Kierkegaard distingue la verdad subjetiva de la verdad objetiva, señalando que la verdad subjetiva no niega la objetiva, sino que se relaciona con ella de manera íntima y personal. La verdad subjetiva implica un compromiso profundo del individuo con la verdad, una relación existencial que se manifiesta en sus acciones y decisiones.
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1 Søren Kierkegaard El concepto de la angustia. El libro de bolsillo. Alianza Editorial, SA. Madrid 2007.
2 Søren Kierkegaard Postscriptum no científico y definitivo a Migajas filosóficas. Universidad Iberoamericana. 1ª edición. Espasa-Calpe mexicana, SA. México 2009.
3 Søren Kierkegaard Migajas filosóficas o un poco de filosofía. 2ª edición. Editorial Trotta, SA. Madrid 1999.
4 Postscriptum..., op. cit., pág. 191.
5 id.
6 id., pág. 192.
7 id., pág. 195.
8 id., pág. 196
9 id., pág. 198.
10 id.
11 id., pág. 199.
12 id., págs. 199-200.
13 id., pág. 201.
14 id., pág. 206.
15 id.
16 id., pág. 207.
17 Se refiere a las palabras de san Pablo en la primera carta a los Corintios 1:22-23.
18 Postscriptum..., op. cit., pág. 215.
19 El relato lo tenemos en el evangelio de san Juan, 18;38.
20 Véase el evangelio de san Mateo. 27:24.
21 Postscriptum..., op. cit., pág. 132.