Georg Wilhelm Hegel (1770-1831) nació en Stuttgart en una familia tradicionalmente vinculada a la Administración. Su padre era funcionario de Hacienda. Tuvo mala salud en su infancia y juventud. Las crónicas nos informan de que contrajo sucesivamente la viruela, que le dejó ciego durante una semana, unas fiebres que se llevaron a su madre y la malaria, que le obligó a guardar meses de cama. Los largos períodos de convalecencia hicieron nacer en Hegel un deseo insaciable de lectura, que completaba con una toma de notas de una magnitud enorme. Si su obra es enciclopédica, lo es porque su saber lo era, citando la mayor parte de las veces de memoria sin verificar las fuentes.
A los dieciocho años ingresó en un seminario, y en la universidad entró en contacto con Hölderlin y Schelling donde profundizó en la obra de Kant. Acabada la universidad, no tomó estado eclesiástico y trabajó como preceptor privado. El descubrimiento de la obra de Spinoza le llevó a dedicarse exclusivamente a la filosofía.
Por mediación de Schelling ingresó como profesor en la universidad de Jena, y con una subvención del gobierno de Weimar escribió la Fenomenología del espíritu[1], obra de difícil lectura, donde se explica cómo el saber humano alcanza el saber absoluto.
Dirigió un periódico y un instituto. La obra que le hizo famoso fue La ciencia de la lógica, que no trata de la lógica tal como la entendemos habitualmente sino de los conceptos y de las categorías que utilizamos al razonar lógicamente, y que le valió una cátedra, primero en Heidelberg y después en Berlín.
Murió durante una epidemia de cólera, y, como era su deseo, fue enterrado al lado de Fichte.
De su obra, además de las citadas, hay que destacar los Elementos de la filosofía del derecho, en cuyo prefacio aparece su conocida declaración idealista que es resumen de su filosofía
Todo lo racional es real y todo lo real es racional[2]
En el prólogo de la Fenomenología del espíritu, Hegel afirma que la verdad solo existe en el sistema científico, y se propone contribuir a que la filosofía se aproxime a la forma de la ciencia de modo que se pase del amor por el saber al saber real[3].
Su tesis fundamental se puede resumir en que el conocimiento es un proceso dialéctico en que se produce un desarrollo de la conciencia que transita por sucesivas etapas de contradicciones y alcanza el saber absoluto. Por ello afirma que
Lo verdadero es el todo. Pero el todo es solamente la esencia que se completa mediante su desarrollo. De lo absoluto hay que decir que es esencialmente resultado, que solo al final es lo que es verdad. Y en ello precisamente estriba su naturaleza, que es la de ser real, sujeto o devenir de sí mismo.[4]
El proceso dialéctico se produce porque una proposición se enfrenta con su opuesta y la conjunción de ambas supone un avance en el camino hacia la verdad
la naturaleza del juicio o de la proposición en general, que lleva en si la diferencia del sujeto y el predicado aparece destruida por la proposición especulativa y que la proposición idéntica, en que la primera se convierte, contiene el contragolpe frente a aquella relación. (…) en la proposición filosófica vemos que la identidad del sujeto y el predicado no debe destruir la diferencia entre ellos, que la forma de la proposición expresa, sino que su unidad debe brotar como una armonía[5].
La Fenomenología del espíritu puede ser considerada un tratado sobre el desarrollo y la evolución de la conciencia, el paso de la conciencia a la ciencia. De hecho, la fenomenología hegeliana es la ciencia de la conciencia, que se desarrolla en tres niveles: la conciencia, la autoconciencia y la razón.
La conciencia es la mente relacionada con objetos, la percepción de objetos que se presentan al sujeto.
En la vida corriente, la conciencia tiene por contenido conocimientos, experiencias, concreciones sensibles y también pensamientos y principios, en general todo lo que se considera como algo presente o como un ser o una esencia fijos y estables.[6]
La conciencia es, de una parte, conciencia del objeto y, de otra, conciencia de sí misma; conciencia de lo que es para ella lo verdadero y conciencia de su saber de ello[7]. Mediante la conciencia, el sujeto identifica los objetos como algo sensible y diferente del mismo sujeto.
El primer nivel de la conciencia es la certeza sensible, que es la que deriva directamente de los sentidos. Hegel la presenta, inicialmente, como una buena fuente de conocimiento:
El contenido concreto de la certeza sensible hace que ésta se manifieste de un modo inmediato como el conocimiento más rico e incluso como un conocimiento de riqueza infinita a la que no es posible encontrar limite si vamos más allá en el espacio y en el tiempo en que se despliega, como si tomásemos un fragmento de esta plenitud y penetrásemos en él mediante la división. Este conocimiento se manifiesta, además, como el más verdadero, pues aún no ha dejado a un lado nada del objeto, sino que lo tiene ante sí en toda su plenitud.[8]
Pero a continuación, expresa las limitaciones de este tipo de conocimiento:
Pero, de hecho, esta certeza se muestra ante sí misma como la verdad más abstracta y ·más pobre. Lo único que enuncia de lo que sabe es esto: que es; y su verdad contiene solamente el ser de la cosa. La conciencia, por su parte, es en esta certeza solamente como puro yo, y yo soy en ella solamente como puro éste y el objeto, asimismo, como puro esto.[9]
El segundo nivel es la autoconciencia, por la que la conciencia se presenta a sí misma como un objeto que le revela como ella es[10].
Mediante la autoconciencia se entra en el camino de la verdad[11] porque la autoconciencia es la reflexión, que, desde el ser del mundo sensible y percibido, es esencialmente el retorno desde el ser otro. Como autoconciencia, es movimiento y en general, apetencia o deseo.
La conciencia tiene ahora, como autoconciencia, un doble objeto: uno, el objeto inmediato de la certeza sensible y de la percepción, pero que se halla señalado para ella con el carácter de lo negativo, y el segundo, precisamente ella misma, que es la verdadera esencia y que de momento sólo está presente en la contraposición del primero. La autoconciencia se presenta aquí como el movimiento en que esta contraposición se ha superado y en que deviene la igualdad de sí misma consigo misma.[12]
Esta apetencia o deseo se proyecta sobre los objetos, pero no son suficientes para su satisfacción
La autoconciencia solo alcanza su satisfacción en otra autoconciencia.[13]
Es una autoconciencia para una autoconciencia. Solamente así deviene para ella la unidad de sí misma en su ser otro; el yo, que es el objeto de su concepto, no es en realidad objeto; y solamente el objeto de la apetencia es independiente, pues éste es la sustancia universal inextinguible, la esencia fluida igual a sí misma. En cuanto una autoconciencia es el objeto, este es tanto yo como objeto. Aquí está presente ya para nosotros el concepto del espíritu[14].
Por lo tanto, la existencia de otra persona es la condición de la autoconciencia. Para afirmar la propia autoconciencia, el sujeto lo hace en oposición de otro, porque necesita que este lo reconozca como tal, haciendo nacer lo que Hegel denomina relación señor-siervo, que más adelante sería incorporada por Marx a su doctrina. El señor es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí; el siervo es la conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para otro:
El señor es la conciencia que es para sí, pero ya no simplemente el concepto de ella, sino una conciencia que es para sí, que es mediación consigo a través de otra conciencia, a saber: una conciencia a cuya esencia pertenece el estar sintetizada con el ser independiente o la coseidad en general.[15]
El señor es el que obtiene el reconocimiento de otro, y el siervo es el que su personalidad se realiza en otro. Esta relación encierra una contradicción: el señor no reconoce al siervo como persona, lo que le priva del reconocimiento de su propia libertad que es necesaria para el desarrollo de su autoconcencia, mientras que el siervo se afirma como verdadera existencia mediante el trabajo al realizar la voluntad de su señor.
En efecto, el señor obtiene el resultado del siervo sin ningún esfuerzo, pero ello comporta que el señor dependa del siervo para satisfacer sus necesidades. Y el siervo, con su trabajo, aprende y modifica la naturaleza con su esfuerzo, lo que le lleva a adquirir conciencia de lo que es, a desarrollar su conciencia y a asumir que con su trabajo puede transformar la realidad.
(…) y aunque el miedo al señor es el comienzo de la sabiduría, la conciencia es en esto para ella misma y no el ser para sí. Pero a través del trabajo llega a sí misma. En el momento que corresponde a la apetencia en la conciencia del señor, parecía tocar a la conciencia servidora el lado de la relación no esencial con la cosa, mientras que ésta mantiene su independencia. La apetencia se reserva aquí la pura negación del objeto y, con ella, el sentimiento de sí mismo sin mezcla alguna. (…) El trabajo, por el contrario, es apetencia reprimida, desaparición contenida, el trabajo formativo. La relación negativa con el objeto se convierte en forma de éste y en algo permanente, precisamente porque ante el trabajador el objeto tiene independencia.[16]
Lo que debilita la posición del señor, que no ha desarrollado sus habilidades porque depende del siervo, y este, cuando percibe que esto es así, puede dar la vuelta a la situación rebelándose contra el señor.
la conciencia que trabaja llega, pues; de este modo a la intuición del ser independiente como de sí misma.[17]
Se sigue de todo esto que la libertad no está en la dominación sino en el trabajo y la transformación de la realidad.
En el tercer nivel, al que Hegel denomina la razón, se produce la síntesis de la conciencia y de la autoconciencia. Con la razón, el sujeto contempla la naturaleza como la expresión objetiva del espíritu infinito con el que él mismo está unido.
La razón es la certeza de la conciencia de ser toda realidad; de este modo expresa el idealismo el concepto de la razón. Del mismo modo que la conciencia que surge como razón abriga de un modo inmediato en sí esta certeza, así también el idealismo la expresa de un modo inmediato: yo soy yo, en el sentido de que el yo que es mi objeto, es objeto con la conciencia del no ser de cualquier otro objeto, es objeto único, es toda realidad y toda presencia, y no como en la autoconciencia en general, ni tampoco como en la autoconciencia libre, ya que allí sólo es un objeto vacío en general y aquí solamente un objeto que se repliega de los otros que siguen rigiendo junto a él.[18]
Hasta llegar a la razón, para la conciencia hay una separación entre el yo y el mundo (como en la dialéctica amo-esclavo). Pero en la fase de la razón, la conciencia comprende que ella misma es el principio de la realidad. Por eso, Hegel dice que
La razón es la certeza de ser toda realidad.[19]
La razón es observadora y busca su reflejo en la naturaleza:
la razón aspira a saber la verdad, a encontrar como concepto lo que para la suposición y la percepción es una cosa, es decir, a tener en la coseidad solamente la conciencia de ella misma. Por tanto, la razón tiene ahora un interés universal en el mundo porque es la certeza de tener su presencia en él o de que la presencia sea racional. La razón busca su otro, por cuanto sabe que no poseerá en él otra cosa que a sí misma; busca solamente su propia infinitud.[20]
La razón observadora busca en la naturaleza las leyes:
Para la conciencia observante, la verdad de la ley es en la experiencia como
en el modo en que el ser sensible es para ella; no es en y para sí misma. Pero
si ·la ley no tiene en el concepto su verdad eso quiere decir que es algo
contingente, y no una necesidad, o que
en realidad no es tal ley.[21]
Pero la razón de observadora pasa a ser activa e intenta dar forma a la realidad conforme a sus principios:
Primeramente, esta razón activa sólo es consciente de sí misma como un individuo y debe, como tal, postular y hacer brotar su realidad en el otro; en segundo lugar, al elevarse su conciencia a universalidad, deviene razón universal y es consciente de sí como razón, como un en y para sí ya reconocido, que aúna en su pura conciencia toda autoconciencia (…).[22]
Pero la razón, al ser individual, no puede imponerse arbitrariamente sobre la realidad, y tiene que someterse a las leyes universales de la ética y la moralidad. En este punto, Hegel se refiere al reino de la ética, que no es otra cosa que la unidad espiritual absoluta de su esencia en la realidad independiente de los individuos[23].
Las leyes de la ética son reconocidas de un modo inmediato; no cabe preguntar por su origen y su justificación porque la autoconciencia mediante la sana razón sabe de modo inmediato lo que es justo y bueno. Pone como ejemplo de ley ética inmediata la siguiente:
"Cada cual debe decir la verdad”. En este deber, enunciado como incondicionado, se admitirá enseguida una condición: si sabe la verdad. Por donde el precepto rezará, ahora así: cada cual debe decir la verdad, siempre con arregloa su conocimiento y a su convicción acerca de ella. La sana razón, precisamente esta conciencia ética que sabe de un modo inmediato lo que es justo y bueno, explicará también que esta condición se hallaba ya unida de tal modo a su máxima universal, que, al enunciar dicho: precepto, lo suponía ya así.[24]
Y también esta otra: ama al prójimo como a ti mismo[25]. Hegel concluye que la esencia ética no es ella misma e inmediatamente un contenido, sino solamente una pauta para medir si un contenido es capaz de ser o no ley, en cuanto que no se contradice a sí mismo. Por eso, la razón legisladora desciende, así, al plano de una razón simplemente examinadora[26].
La realidad ética es el espíritu[27]. El espíritu es la fase superior del desarrollo de la conciencia, que no es individual, sino que surge de la comunidad y de la historia:
El espíritu es la sustancia y la esencia universal, igual a sí misma y permanente -el inconmovible e irreductible fundamento y punto de partida del obrar de todos- y su fin y su meta, como el en sí pensado de toda autoconciencia. Esta sustancia es, asimismo, la obra universal, que se engendra como su unidad e igualdad mediante el obrar de todos y de cada uno, pues es el ser para sí, el sí mismo, el obrar.[28]
El espíritu no es inamovible, sino que se va modificando y formando a lo largo de la historia, conforme se desarrolla la comunidad
El mundo ético, el mundo desgarrado en el más acá y el más allá, y la visión moral del mundo son, por tanto, los espíritus cuyo movimiento y cuyo retorno al simple sí mismo que es para sí del espíritu veremos desarrollarse y como meta y resultado de los cuales emergerá la autoconciencia real del espíritu absoluto.[29]
En la Fenomenología
del espíritu, Hegel nos propone un viaje desde la conciencia más elemental
hasta el conocimiento absoluto, desde el individuo hasta el espíritu absoluto.
La tesis idealista es que pensamiento y realidad son la misma cosa.
[1] Fenomenología del espíritu. Primera reimpresión de la primera edición. Fondo de Cultura Económica. México 1971.
[2] Rasgos fundamentales de la filosofía del derecho, pág. 74. Editorial Biblioteca Nueva, SL. Madrid 2000.
[3] Fenomenología...,
op. cit., pág 9.
[4]
id., pág. 16.
[5]
id., pág. 41
[6] id., pág. 33.
[7] id., pág. 58.
[8] id., pág. 63.
[9] id.
[10] id.,
pág. 102.
[11]
id., pág. 107.
[12]
id., pág. 108
[13]
id., pág. 113.
[14]
id., págs. 112-113.
[15] id., pág. 117.
[16] id., pág. 120.
[17] id.
[19] id., pág. 145.
[20] id., págs. 148-149.
[21] id., pág. 153.
[22] id., págs. 208-209.
[23] id., pág. 209.
[24] id., pág. 247.
[25] id., pág. 248.
[28] id., págs. 259-260.
[29] id., pág. 261.