14/01/2024

El problema de los universales en la Edad Media: Porfirio, Boecio, Guillermo de Champeaux, Roscelin de Compiègne, Guillermo de Ockham, Pedro Abelardo

 

Hablar de universales en términos filosóficos implica plantearse si más allá de las cosas y de las personas individuales existe una realidad conceptual que las identifica y hace que sean lo que son. Tenemos muy claro lo que es un perro, una mesa, el color azul o lo que es justo, pero ¿se trata simplemente de que vemos cosas y personas individuales que tienen unas determinadas características que nos permiten identificarlas, o existe una idea que de algún modo tenemos y que nos permite detectar la perridad, la mesidad o la azulidad1? Esta idea ¿existe solo en nuestra mente o tiene vida propia con independencia de nuestra experiencia?

Para Platón, la realidad sensible es un simple reflejo imperfecto de los arquetipos que se encuentran en el mundo de las ideas, que es el mundo verdaderamente real. En la Edad Media, la discusión sobre los universales tiene como premisa la tesis platónica sobre el mundo de las ideas, y abre nuevos caminos para el pensamiento.

Es lugar común considerar que el primero que plantea el problema de los universales es Porfirio (232-304), discípulo de Plotino, que en los primeros párrafos de su Isagoge2 afirma que

Por lo que respecta, para empezar, a los géneros y las especies excusaré decir si existen realmente o solo son meros conceptos y, si existen realmente, si son corpóreos o incorpóreos y, finalmente, si existen aparte o en los objetos de los sentidos y son dependientes de ellos, pues estas cuestiones son muy profundas y exigen un estudio de mayores dimensiones.

Porfirio plantea el problema de pasada pero no ofrece una solución, porque no escribía una obra dogmática sino una introducción a las Categorías de Aristóteles. Su comentador Boecio (480-524) apunta una primera solución3:

cuando los géneros y especies son pensados, su similitud se abstrae a partir de las cosas singulares en las que [los géneros y las especies] existen — así como [se abstrae] la similitud de la humanidad a partir de los hombres singulares y disímiles entre sí. De tal similitud, cuando es pensada con la mente y cuando es percibida verazmente, deviene la especie; y si se considera a su vez la similitud de las diversas especies —la cual no puede existir sino en las especies mismas o entre sus individuos,— surge el género.

De este modo, ciertamente, existen estas cosas en lo singular, aunque se las piense como universales. Pero no debe pensarse que la especie sea otra cosa que un pensamiento abstraído a partir de una similitud substancial de individuos numéricamente disímiles, ni que el género sea en verdad otra cosa que un pensamiento abstraído a partir de una similitud de especies. Ahora bien, esta similitud deviene sensible cuando existe en lo singular; y deviene inteligible cuando lo hace en lo universal. Del mismo modo, cuando es sensible permanece en lo singular, pero cuando se la entiende deviene universal. En consecuencia, subsisten en conexión con lo sensible, pero son entendidos separadamente de los cuerpos.

La respuesta dada por los diferentes autores al problema de los universales puede agruparse en tres líneas de pensamiento:

  • el realismo, que considera reales los universales y que, por tanto, existen de forma independiente de las cosas a las que se refieren;

  • el nominalismo, que afirma que los universales no existen, que son meros nombres; y

  • el conceptualismo, una postura intermedia que afirma que los universales existen solo en las cosas con las que están relacionados.

En la postura realista, en la versión más radical hay que situar a Guillermo de Champeaux (1070-1120), que en disputa con Pedro Abelardo (1079-1142) fue matizando sus tesis. En una primera época, consideraba que el universal coincide con la única substancia que se encuentra en todos los individuos que forman parte de una especie, y que las diferencias entre ellos no derivan de la substancia sino de los accidentes. Así lo recoge Pedro Abelardo4:

En su teoría de los universales (Guillermo de Champeaux) afirmaba que una misma esencia estaba en todas y cada una de las cosas particulares o individuos. En consecuencia, no había lugar a una diferencia esencial entre los individuos sino a una variedad debida a la multiplicidad o diversidad de los accidentes.

Como señala Pedro Abelardo5, Guillermo de Champeaux

Pasó después a corregir su afirmación diciendo que las cosas eran las mismas no esencialmente sino a través de la no diferencia.

Es decir, que aplicando la teoría de la indiferencia afirmó que los individuos de la misma especie no lo son por compartir la esencia sino por no ser diferentes.

Miembro destacado de la escuela nominalista es Roscelin de Compiègne (1050-1120) considera que el universal es una mera palabra que no se corresponde con ninguna realidad, es un flatus vocis y un mero producto lingüístico. No existen, pues, las realidades universales, porque solo son reales los individuos a los que aquellas se refieren. Los universales solo son signos para nombrar las cosas. Niega también los accidentes y las partes de un todo, porque en la realidad solo existen individuos que no se pueden descomponer porque desaparecerían como tales.

Más adelante, Guillermo de Ockham (1285-1349) aplica el principio de economía (navaja de Ockham), que considera que la explicación más simple de un fenómeno, en igualdad de condiciones que otras, es la mejor, y postula que si existen los individuos, no hacen falta la materia y la forma. Los universales son nombres que sirven para designar las cosas y son los elementos que las sustituyen en el pensamiento humano. Pero como solo existen los individuos, puede resultar engañoso describirlos con conceptos. Solo conocemos los individuos de forma sensible, por lo que no es posible comprender la esencia de las cosas mediante conceptos, que solo sirven para agrupar individuos. 

En su Suma de lógica6, Ockham afirma que

quienes sostienen que el universal es alguna cualidad de la mente predicable de varios, sin embargo no por sí sino por aquellos varios, tienen que decir que cualquier universal es verdadera y realmente un singular: pues así como cualquier palabra, tan común como sea por institución, es verdadera y realmente singular y una en número, pues es una y no varias, así una intención del alma, que significa varias cosas fuera de ella], es verdadera y realmente singular y una en número, pues es una cosa y no varias, aunque signifique varias cosas. De otro modo se toma este nombre 'singular' por todo aquello que es uno y no varios, ni es por naturaleza signo de varios. Y tomando así 'singular' ningún universal es singular, porgue cualquier universal es por naturaleza signo de varios y por naturaleza se predica de varios. De aquí que al llamar universal algo que no es uno en número, que es la acepción que muchos atribuyen al universal-, digo que nada es universal a menos que quizás abuses de este vocablo, al decir que pueblo es un universal, pues no es uno sino muchos; pero aquello sería pueril. Hay que decir entonces que cualquier universal es una cosa singular, y por eso no es universal sino por la significación, porque es signo de varios.

Por último, tenemos la postura conceptualista, sostenida por Pedro Abelardo, conocido por su relación trágica con Eloísa, que considera que los universales no existen realmente, pero no son un flatus vocis como decía Roscelin de Compiègne, porque son abstracciones que hace el hombre a partir de cosas concretas y no de manera arbitraria, mediante las cuales identifica las semejanzas que tienen las cosas y las agrupa bajo un concepto. Así, los universales no son una realidad en sí mismos, pero sí que son realidades que existen en los individuos. Son propiedades de las cosas que existen en esas cosas y son inseparables de ellas.

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1 Es decir, lo que hace que algo sea un perro, una mesa o de color azul.

2 Porfirio, Isagoge, p. 30. Editorial Tecnos. Madrid 1999.

5 id., pp. 4-5.

6 Guillermo de Ockham, Suma de lógica, p. 64. Editorial Norma, SA. 1994.

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