Como hemos visto en el post anterior, Schopenhauer finaliza la primera parte de El mundo como voluntad y representación[1] con una proclama altamente pesimista de que la vida es sufrimiento. Esta tesis es desarrollada ampliamente en la segunda parte de la obra, El mundo como voluntad, en la que analiza el papel de la voluntad en la realidad.
Schopenhauer nos ha explicado que lo que conocemos son representaciones, pero queremos saber qué significado tienen y si el mundo es algo, más allá de la representación. Se trata de investigar un objeto distinto de la representación, al que no son aplicables las formas y leyes de esta porque partiendo de lo exterior no puede llegar a ser conocida la esencia de las cosas[2].
Para la persona humana, el conocimiento del cuerpo es una representación, como todas las demás, un objeto más. Desde este punto de vista, sus movimientos serían conocidos por el sujeto de la misma manera que los cambios de los diferentes objetos. La representación ofrece una visión de las cosas desde fuera, lo que nunca nos permitirá acceder a la esencia de las cosas. La representación no proporciona nada que nos permita ver fuera de ella, más allá de lo estrictamente físico.
Vemos, pues, ahora, que partiendo del exterior no se puede llegar a conocer la esencia de las cosas; de cualquier manera que se intente no se obtendrá más que imágenes y nombres. Se hace así lo propio que el que da vueltas alrededor de un castillo buscando en vano la entrada, y entretanto, bosqueja las fachadas. Este ha sido, sin embargo, la senda seguida por todos los filósofos hasta el día.[3]
El hombre es algo más que un mero sujeto de conocimiento, porque forma parte del mundo como individuo. Su conocimiento del mundo, la representación, tiene como condición al cuerpo en sus impresiones[4]. Si solo fuésemos meramente conocedores, el propio cuerpo sería un objeto más, una representación como todas las demás, pero somos algo más que conocedores, porque tenemos un cuerpo que conocemos desde dentro, a diferencia de los demás objetos que conocemos solo como representaciones, desde fuera. Con esa mirada hacia adentro descubrimos que la voluntad es el mecanismo íntimo de nuestro ser, de nuestras acciones y de nuestros movimientos.
El sujeto conociente, cuya individuación resulta de su identificación con
el cuerpo, conoce a este de dos maneras distintas. Primero, como representación
intuitiva en su entendimiento, como objeto entre los objetos (…); y luego, como
algo conocido directamente de cada uno y designado con el nombre de voluntad. Todo acto real de su voluntad es al mismo tiempo e
infaliblemente un movimiento de su cuerpo (…). El acto de volición y la acción
del cuerpo (…) son una misma cosa (…).[5]
De modo que la acción del cuerpo no es más que el acto de la voluntad objetivado. El cuerpo entero no es más que voluntad objetivada, es decir, convertida en representación, de ahí que se pueda decir en un cierto sentido que la voluntad es el conocimiento a priori del cuerpo, y el cuerpo el conocimiento a posteriori de la voluntad.
Todo acto verdadero, efectivo, inmediato de la voluntad, es manifestado al mismo tiempo e inmediatamente por una acción del cuerpo; y de igual manera todo lo que impresiona al cuerpo impresiona al mismo tiempo y directamente a la voluntad; a este título la impresión se llama dolor cuando es opuesto a la voluntad, y bienestar o placer cuando es conforme con ella.[6]
El dolor y el placer no son representaciones, sino afecciones directas de la voluntad que se manifiestan en el cuerpo, que es su fenómeno: son un querer o no querer la impresión experimentada por el cuerpo.
Schopenhauer afirma la identidad del cuerpo y la voluntad porque el conocimiento que tengo de mi voluntad es inseparable de mi cuerpo[7]. El cuerpo es condición para el conocimiento de la voluntad, sin el cual esta no se puede concebir.
Puede decirse indiferentemente: mi cuerpo y mi voluntad son una misma cosa; o lo que a título de representación intuitiva llamo mi cuerpo, lo llamo, en cuanto lo conozco de una manera diferente y no comparable a otra alguna, mi voluntad; o bien, mi cuerpo es la objetivación de mi voluntad; o mi cuerpo, abstracción hecha de aquello en que es mi representación, no es más que mi voluntad, etc.[8]
El cuerpo es, por lo tanto, igual que los demás objetos del mundo visible, una representación del sujeto, pero además, y a diferencia de los otros objetos, puede ser conocido de otra manera diferente como voluntad.
Este doble conocimiento de nuestro cuerpo nos da sobre él, sobre sus actos y sus movimientos en virtud de motivos, como sobre su sensibilidad a las influencias exteriores, en suma, sobre lo que es fuera de la representación, esos esclarecimientos que no podemos obtener directamente sobre la esencia, la actividad y la pasividad de los demás objetos reales.[9]
El doble conocimiento de la esencia y de la actividad de nuestro cuerpo nos ha de servir de clave para conocer la esencia de todos los fenómenos de la naturaleza y para juzgar por analogía con nuestro cuerpo todos los demás objetos que conocemos como representaciones[10]. Puesto que fuera de la voluntad y de la representación no podemos concebir nada, hemos de atribuir al mundo material lo mismo que hallamos en nosotros mismos.
Para que pueda ser alguna cosa más que nuestra representación es necesario que afirmemos que, además de esta nuestra representación, es necesario que afirmemos que, además de esta nuestra representación, es en sí, y en cuanto a su esencia íntima, la misma cosa que hallamos inmediatamente en nosotros como voluntad.[11]
Evidentemente, no se puede aplicar al mundo natural, a los animales y hasta a la piedras un concepto de voluntad como la que experimenta el hombre. El resto de los seres no quieren como quiere el hombre. Schopenhauer considera que hay un principio que se manifiesta en todos los seres de la naturaleza que es el afán por la vida y por mantenerse en la existencia, que es la esencia íntima de todos los seres y que es, además, una condición previa. Por eso, Schopenhauer propone estudiar la voluntad de cerca, para descartar lo que no le es propio, lo que pertenece a su fenómeno.
Por consiguiente, cuando diga: la fuerza que hace caer la piedra es en su esencia, en sí i fuera de toda representación, la voluntad, no habrá que dar a esa proposición la significación absurda de que, por manifestarse la voluntad del hombre bajo aquella forma, se mueva también la piedra por motivos conscientes.[12]
La voluntad de vivir se encuentra en todos los seres existentes, y es una forma común entre el hombre y el resto de los seres.
Y no solo en los fenómenos, semejantes en todo al suyo, de los demás hombres y de los animales, descubrirá esa misma voluntad como esencia íntima; sino que, reflexionando un poco, llegará a reconocer que la universalidad de los fenómenos tan variados en la representación tiene una sola y única esencia, la misma que le es conocida íntima e inmediatamente mejor que otra alguna, aquella, en fin, que en su manifestación más aparente toma el nombre de voluntad. La verá en la fuerza que hace crecer y vegetar a la planta, y cristalizarse al mineral, que dirige hacia el Norte a la aguja imantada; en la conmoción que experimenta cuando dos metales heterogéneos se ponen en contacto; la hallará en las afinidades electivas de su cuerpo, manifestándose bajo la forma de atracción o de repulsión, de combinación o de descomposición, y hasta en la gravedad que obra con tanto poder sobre toda la materia y atrae la piedra hacia la tierra y la tierra hacia el sol.[13]
Schopenhauer reconoce que hasta el momento en que él escribe no se han considerado como manifestaciones de la voluntad más que los cambios cuya causa es un motivo, y que por eso hasta entonces no se ha atribuido voluntad más que a los hombres y quizás en alguna medida a los animales. Schopenhauer considera que el instinto y la industria de los animales demuestra que la voluntad actúa incluso cuando no hay conocimiento. De este modo, los animales actúan como si estuviesen guiados por un motivo, pero lo desconocen, puesto que la voluntad puede obrar inconscientemente.
El pájaro de un año no tiene conocimiento alguno de los huevos, para los cuales prepara el nido; la araña no conoce la presa para la cual tiende su tela, ni la hormiga-león, la hormiga cuya fosa ha cavado; la larva del ciervo volante busca en el bosque, donde va a experimentar su metamorfosis, un agujero que, cuando ha de salir de él un macho, es doble que el destinado a una hembra, a fin de reservar espacio para los cuernos, de los cuales no tiene la larva representación alguna.[14]
En los animales obra la voluntad, pero una voluntad ciega a la cual acompaña el conocimiento pero no la dirige, de modo que la representación, como motivo, no es esencialmente una condición necesaria para la actividad de la voluntad.
En el hombre esta misma voluntad trabaja también ciegamente en todas las funciones del cuerpo que no están gobernadas por la conciencia, en todos los procesos vitales y negativos, tales como la digestión, la circulación de la sangre, la secreción, el crecimiento, la reproducción.[15]
De hecho, la ausencia de fines y límites pertenece al ser de la voluntad en sí, que es una aspiración infinita[16]. La voluntad, que es voluntad de vivir, está en todos los seres y consiste en un esfuerzo infinito que no puede conseguir nunca la satisfacción.
(…) la voluntad, en todos los grados de su fenómeno, desde los más bajos a los más elevados, carece de mira final: que aspira siempre, porque su esencia es únicamente una aspiración perpetua a la cual no puede poner término fin alguno que consiga; que, por tanto, no puede ser finalmente saciada, y que solo los obstáculos pueden suspenderla, más en sí se prolonga hasta el infinito.[17]
Schopenhauer lo ejemplifica con el más simple de todos los fenómenos naturales, la gravedad, que no cesa de aspirar e impulsar hacia un punto central sin extensión, y también con la vida e la planta, que es un incesante impulso a través de formas cada vez más elevadas, hasta que el punto final, la semilla, se convierte de nuevo en punto de inicio, y que se repite hasta el infinito.
Todo esto se repite indefinidamente; no hay fin en parte alguna, ni jamás satisfacción final, ni punto de reposo.[18]
Esta aspiración de todas las cosas es idéntica a lo que en el hombre se llama voluntad, que es donde se manifiesta más claramente y a la luz de la conciencia más perfecta[19]. Cuando aparece un obstáculo entre la voluntad y su fin actual, este impedimento se llama dolor. La consecución del fin es la satisfacción, el bienestar o la felicidad.
Toda aspiración nace de una necesidad, de un descontento del estado presente, y por tanto, es un dolor, mientras no se ve satisfecha. Mas no hay satisfacción duradera, puesto que es el punto de partida de una nueva aspiración, estorbada siempre, siempre en lucha y causa siempre de dolores. Jamás hay descanso final para ella, y por tanto, jamás encuentra límites ni término el dolor.[20]
Esto convierte a la existencia en algo trágico, porque se desea continuamente, se obtiene por momentos y se vuelve a desear, en un ciclo perpetuo de carencia, satisfacción y frustración.
Querer y aspirar: he aquí toda su esencia, semejante por completo a una sed que nada puede calmar. Mas la base de todo querer es la falta de algo, es a indigencia, o sea el dolor. Por su origen y por su naturaleza el querer está condenado al dolor.
Además, la satisfacción del deseo no es una satisfacción plena, porque una vez alcanzado su objeto se produce el aburrimiento por el vacío de la voluntad desocupada
A falta de objetos que desear, cuando los consigue rápidamente, se apodera de él un vacío aterrador, el aburrimiento (…). La vida oscila, como un péndulo, entre el dolor y el hastío, que son, en verdad, sus elementos constitutivos.[21]
Los incesantes esfuerzos por desterrar el dolor solo consiguen que cambie de forma. Esta forma es originariamente carencia, necesidad, inquietud por la conservación de la vida. Si se consigue eliminar el dolor en esa forma, cosa que se mantiene con gran dificultad, enseguida se presenta en otras mil distintas según la edad y las circunstancias[22]. Pero dado que el dolor es esencial a la vida y está determinado en su grado por la naturaleza del sujeto, los cambios repentinos no pueden en realidad modificar tal grado debido a que siempre son externos.
Otra fuente del dolor deriva del hecho de que aunque somos una voluntad absoluta, el velo de Maya nos induce a actuar como individualidad frente al resto del universo, del que surge un estado de hostilidad general en que unos causan daño a otros.
La vista grosera del individuo está turbada por lo que los indios llaman el velo de Maya; en lugar de la cosa en sí no ve más que el fenómeno en el tiempo y el espacio (…). Con un modo de conocimiento tan limitado no descubre la esencia de las cosas, que es una; no ve más que los fenómenos que se le presentan aislados, separados, innumerables, variados y hasta opuestos (…)[23]
El hombre ve el mal y la maldad en el mundo, pero lejos de saber que ambos no son más que aspectos diferentes del fenómeno de la voluntad de vivir única, los toma por muy distintos y hasta opuestos; y con frecuencia intenta con la maldad, es decir, causando el sufrimiento ajeno, sustraerse al mal, esto es, al sufrimiento de la propia individualidad.
Para Schopenhauer la salvación del hombre consiste en negar la voluntad, es decir, dejar de desear.
(…) se puede llamar, en sentido figurado y metafóricamente bien absoluto (summum bonum) al querer cuando se suprime y se niega a sí mismo, a la verdadera ausencia de volición, que es lo único que apacigua y ahoga para siempre la voluntad y lo único que da esa satisfacción que nada puede venir a turbar, y que nos redime del mundo (…).[24]
La negación de la voluntad, según Schopenhauer, puede alcanzarse por tres vías:
· La contemplación estética
· La compasión
· El ascetismo
Con la contemplación estética nos liberamos momentáneamente del querer porque nos convertimos en puro sujeto de conocimiento y el individuo desaparece como ser deseante. En el paso del conocimiento ordinario de las cosas particulares al de las ideas
el conocimiento se arranca del servicio de la voluntad; el sujeto deja de ser puramente un individuo y se convierte en un sujeto conociente puro e involuntario, que no se preocupa ya con las relaciones fundadas sobre el principio de razón, sino que reposa y se absorbe en la contemplación del objeto que se ofrece a él, fuera del encadenamiento con los demás objetos.[25]
Las ideas son el objeto de la contemplación estética. El placer estético lleva consigo la liberación del conocimiento respecto del servicio de la voluntad, el olvido de su propio yo como individuo y la elevación de la conciencia al sujeto del conocimiento puro, involuntario, intemporal e independiente de toda relación. El arte, como obra del genio, es la clase de conocimiento que considera lo único que es verdaderamente esencial en el mundo y existe al margen e independientemente de toda relación, el verdadero contenido de sus fenómenos que no está sometido al cambio y cuyo conocimiento es por tanto igualmente verdadero en todo tiempo, que son las ideas, que son la objetividad inmediata y adecuada de la cosa en sí, de la voluntad.
El arte concibe y reproduce por medio de la contemplación pura las ideas eternas, lo que hay de esencial en todos los fenómenos de este mundo; y según la materia de que se sirve para esta reproducción, constituye las artes plásticas, la poesía y la música.(…) Podemos, pues, definir el arte, diciendo que es la contemplación de las cosas independientemente del principio de razón, en oposición a aquella otra contemplación que se halla sometida a dicho principio y que es la de la experiencia y la de las ciencias.[26]
Schopenhauer nos habla del arte como modos de presentar la idea fuera de tora relación con la voluntad, y entre las artes, destaca la arquitectura y la escultura, la pintura, la poesía y la tragedia, pero pone en un punto y aparte a la música, porque así como las otras artes representan ideas, la música representa la voluntad misma, porque no copia el mundo de los fenómenos sino que expresa su esencia.
(La música) es un arte tan elevado y tan admirable, obra tan poderosamente sobre el sentimiento más íntimo del hombre, la comprendemos tan a fondo y tan enteramente, como una lengua universal cuya claridad supera hasta la del mundo intuitivo (…).[27]
Pero la contemplación estética es un remedio temporal al dominio de la voluntad, porque se limita al momento en que desaparece la ansiedad y el deseo[28].
Para hablar de la compasión, Schopenhauer anticipa que la negación de la voluntad tiene un origen común con toda bondad, amor, virtud y nobleza[29]. Nos dice que el odio y la maldad están condicionados por el egoísmo y este se basa en un conocimiento sumido en el principio de individuación, y que el origen y la esencia de la justicia, y cuando va más allá, del amor y la nobleza consiste en traspasar el principio de individuación, que es lo único que, al eliminar la diferencia entre el individuo propio y ajeno, hace posible y explica la perfecta bondad del espíritu que llega hasta el amor más desinteresado y el más generoso sacrificio de sí mismo.
Cuando se descorre el velo de Maya, cuando se penetra más allá del principio de individuación y el hombre no establece ya una distinción egoísta entre su persona y el resto del mundo; cuando toma parte en los dolores de otro como si fueran suyos y llega de esta suerte, no solo a ser caritativo en el supremo grado, sino hasta a hallarse dispuesto a sacrificar su persona, si así puede salvar a muchos otros, sucederá naturalmente que este hombre que se reconoce en todos los seres y que descubre su esencia íntima y verdadera en todas las criaturas deberá considerar también como propios los padecimientos infinitos de todo lo que respira y apropiarse así el dolor universal. No habrá miseria que le sea indiferente en lo sucesivo.[30]
La actitud del que traspasa el principio de individuación y que adquiere el conocimiento de las cosas en sí se convierte en aquietador de todo querer. Ahora la voluntad se aparta de la vida y siente escalofríos ante sus placeres, en los que reconoce su afirmación[31].
El ascetismo es un paso más en la superación de la sujeción a la voluntad. La justicia y la compasión amortiguan pero no eliminan el dolor porque coexisten con la afirmación de la voluntad. En el ascetismo se produce una negación directa e intencionada de la voluntad. Al asceta ya no le basta con amar a los demás como a sí mismo y hacer por ellos tanto como por sí, sino que en él nace un horror hacia la voluntad de vivir, que es la esencia de aquel mundo que ha visto lleno de miseria. Por eso niega aquel ser que se manifiesta en él y se expresa ya en su propio cuerpo, y su obrar desmiente ahora su fenómeno entrando en clara contradicción con él. No siendo en esencia más que fenómeno de la voluntad, cesa de querer cosa alguna, se guarda de cualquier apego de su voluntad y busca consolidar en sí mismo la máxima indiferencia frente a todas las cosas[32].
La vida ascética se manifiesta más todavía en la pobreza voluntaria e intencional, no en esa pobreza que sobreviene per accidens, por haber empleado lo que se poseía en mitigar los dolores ajenos, sino la pobreza como fin, por sí misma, destinada a servir de mortificación constante de la voluntad, a fin de que la satisfacción de los deseos y las dulzuras de la vida no vengan de nevo a excitar el querer, que el conocimiento de nosotros mismos nos ha hecho aborrecer.[33]
Quien ha llegado a ese punto sigue todavía sintiendo la disposición al querer de cualquier clase, pero la reprime intencionadamente al forzarse a no hacer nada de lo que querría hacer y, en cambio, hacer todo lo que no querría, aun cuando ello no tenga otro fin que precisamente el de servir a la mortificación de la voluntad. Dado que él niega la voluntad misma que se manifiesta en su persona, no se resistirá cuando otro cometa contra él una injusticia: soporta tal afrenta y sufrimiento con paciencia y sin ostentación devuelve bien por mal y no permite que se reavive en él el fuego de la ira ni el de los deseos[34].
Schopenhauer nos
ofrece una visión muy pesimista de la vida, probablemente como consecuencia de
malas experiencias vividas personalmente y del contexto social y cultural de su
época contra el que se rebeló. Con ello introdujo el concepto de voluntad como
fuerza vital que lo anima y empuja todo, argumentos nuevos que serían
desarrollados en el futuro, y que no habían sido advertidos por sus antecesores
quienes, conscientemente o no, adoptaron posturas mucho más optimistas. Pero no
dejó de proponer alternativas y remedios, siquiera fueran parciales, para hacer
frente a un panorama tan poco sugestivo. Su lectura sugiere una reflexión
personal.
[1] El mundo como voluntad y representación, vols. I y 2. Ediciones Orbis. Barcelona 1985
[2] id., vol. I, pág. 100.
[3] id., págs. 100-101.
[4] id., pág. 101.
[5] id.
[6] id., pág. 102.
[7] id., pág. 103.
[8] id., pág. 104.
[9] id.
[10] id. pág. 105.
[11] id., pág. 106.
[12] id.
[13] id., págs. 109-110.
[14] id., pág. 113.
[15] id.
[16] id., pág. 156.
[17] id., vol. II, pág. 127.
[18] id.
[19] id., pág. 128.
[20] id.
[21] id., pág. 130.
[22] id., pág. 132.
[23] id., pág. 164.
[24] id., pág. 173.
[25] id., págs. 16-17.
[26] id., pág. 22.
[27] id., pág. 83.
[28] id., pág. 33.
[29] id., pág. 186.
[30] id.
[31] id., pág. 187.
[32] id., págs. 187-188.
[33] id., pág. 189.
[34] id.