27/07/2024

David Hume: las impresiones preceden a las ideas

 

La obra y el pensamiento del escocés David Hume (1711-1776) continuan el camino marcado por Locke y Berkeley y exponen la versión más radical del método empirista.

Hume vino al mundo en una familia puritana e inició para seguir la tradición paterna la carrera de leyes, que abandonó, pues como reconoce en su Autobiografía

yo sentía una insuperable aversión hacia todo lo que no fueran investigaciones de filosofía y de instrucción general.1

Tuvo un intensa vida amorosa, se le reconoce un buen sentido del humor en alguna de sus obras y de sus cartas e incluso declaró su afición -moderada- al vino. Estuvo en La Flèche, como anteriormente Descartes, y muy tempranamente, con solo 28 años, publicó anónimamente su Tratado de la naturaleza humana, con tan poco éxito que en su Autobiografía declara que

jamás intento literario alguno fue más despreciado

y que

ya salió muerto de las prensas2.

La mala acogida de la obra (probablemente, menor de lo que Hume confiesa) se debió en gran medida a su gran extensión (casi 900 páginas en la edición que citamos) y a que muy probablemente no fue entendida por lo novedoso de sus planteamientos, por lo que un año después Hume publicó un Resumen en el que ilustra y explica ampliamente el argumento de su anterior libro. Más adelante publicó con mejor acogida la primera parte de sus Ensayos, y obras sobre política, moral y religión, aunque su obra más celebrada, hasta el punto de que durante mucho tiempo se tomara a Hume por historiador, es la Historia de Inglaterra en cuatro volúmenes.

En la introducción de su Tratado, Hume se lamenta del descrédito a que ha arrastrado a la filosofía el poco fundamento de los sistemas de los filósofos más eminentes, que parten de principios asumidos confiadamente, que contienen consecuencias defectuosamente deducidas de esos principios y en los que falta coherencia en las partes y de evidencia en el todo3. Para Hume, todas las ciencias dependen de la ciencia del hombre, pues están bajo la comprensión de los hombres y son juzgadas según las capacidades y facultades de estos, por lo que se avanzaría sin límites en ellas

si conociéramos por entero la extensión y las fuerzas del entendimiento humano y si pudiéramos explicar la naturaleza de las ideas que empleamos, así como la de las operaciones que realizamos al argumentar4.

Puesto que la ciencia del hombre es la única fundamentación sólida de todas las demás

la única fundamentación sólida que podemos dar a esta misma ciencia deberá estar en la experiencia y en la observación5.

Para ello, Hume investiga cuál es el origen de nuestras ideas, y comienza señalando que las percepciones de la mente humana se reducen a dos clases distintas, que son las impresiones y las ideas.

La diferencia entre ellos consiste en los grados de fuerza y vivacidad con que se presentan a nuestra mente y se abren camino en nuestro pensamiento y conciencia. A las percepciones que penetran con más fuerza y violencia las llamamos impresiones, y comprendemos bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de éstas en el pensamiento y razonamiento, como,por ejemplo, lo son todas las percepciones despertadas por el presente discurso, exceptuando solamente las que surgen de la vista y tacto, y exceptuando el placer o dolor inmediato que pueden ocasionar.6

Propone también otra clasificación de las percepciones que las divide en simples y complejas. Las percepciones simples, tanto impresiones como ideas, son las que no admiten distinción ni separación, mientras que las percepciones complejas son las que pueden dividirse en partes. Hume lo ejemplifica diciendo que

Aunque un color, sabor y olor particular son cualidades unidas todas en una manzana, es fácil percibir que no son lo mismo, sino que son al menos distinguibles las unas de las otras.7

Hume detecta por experiencia que las impresiones simples preceden siempre a sus correspondientes ideas, porque una sensación no se puede definir conceptualmente sino hay que mostrarla:

Para dar a un niño la idea de rojo o naranja o de dulce o amargo, presento los objetos, o, en otras palabras, le produzco estas impresiones, pero no procedo de forma tan absurda que intente producir las impresiones excitando las ideas.8

Además, no se puede generar una impresion solamente pensando en ella, es decir, concibiendo una idea previa:

Nuestras ideas, en su aparición, no producen sus impresiones correspondientes y no podemos percibir un color o sentir una sensación tan sólo por pensar en ella.9

Y por último, la persona a la que le falta un sentido no tiene, no puede tener ideas procedentes de sensaciones de ese sentido:

siempre que por un accidente las facultades que producen algunas impresiones se hallan obstaculizadas en sus operaciones, como cuando una persona es ciega o sorda de nacimiento, no sólo se pierden las impresiones, sino también las ideas correspondientes, de modo que no aparece jamás en la mente el más pequeño rastro de unas y otras. No sólo esto es cierto cuando los órganos de la sensación se hallan totalmente destruidos, sino también cuando no han sido jamás puestos en acción para producir una impresión particular. No podemos formarnos una idea precisa del sabor de un plátano sin haberlo probado realmente.10

En consecuencia, Hume postula que

todas nuestras ideas simples, en su primera aparición, se derivan de impresiones simples a las que corresponden y representan exactamente.11

Es decir, para tener una idea hay que haber tenido antes la sensación, que es la tesis empirista por excelencia.

Hume analiza a continuación las impresiones, y encuentra que son de dos clases: de sensación y de reflexión:

El primer género surge en el alma, originariamente por causas desconocidas. El segundo se deriva, en gran medida, de nuestras ideas y en el siguiente orden. Una impresión nos excita a través de los sentidos y nos hace percibir calor o frío, sed o hambre, placer o dolor de uno u otro género. De esta impresión existe una copia tomada por la mente y que permanece después que la impresión cesa, y a esto lo llamamos una idea. La idea de placer o dolor produce, cuando vuelve a presentarse en el alma, las nuevas impresiones de deseo y aversión, esperanza y temor que pueden ser llamadas propiamente impresiones de reflexión porque derivan de ella. Éstas son a su vez copiadas por la memoria e imaginación y se convierten en ideas que quizás a su vez dan lugar a otras impresiones e ideas; de modo que las impresiones de reflexión no son sólo antecedentes a sus ideas correspondientes sino también posteriores a las de sensación y derivadas de ella.12

Cuando la mente ha recibido una impresión esta vuelve a ella bajo la forma de idea, y lo hace de dos formas: si lo hace con una intensidad o vivacidad parecida a su primera aparición, es algo intermedio entre la impresión y la idea, y la facultad por la que repetimos así nuestras impresiones la denominamos memoria; y si pierde completamente su vivacidad original, se convierte en una idea, y la repetimos mediante la facultad de la imaginación13. Un aspecto que diferencia una y otra es que

aunque ni las ideas de la memoria ni las de la imaginación, ni las ideas vivaces ni las débiles pueden hacer su aparición en la mente a no ser que sus impresiones correspondientes hayan tenido lugar antes para prepararles el camino, la imaginación no se halla obligada a seguir el mismo orden y forma de las impresiones originales, mientras que la memoria se halla en cierto modo limitada en este respecto y no posee el poder de variarlas.14

De lo que resulta la libertad de la imaginación para trastocar y alterar el orden de sus ideas, como podemos comprobar en poemas y narraciones.

Nuestro conocimiento versa sobre relaciones entre cosas ideales o reales. Los objetos del conocimiento son relaciones entre ideas, como acontece en la aritmética, o relaciones entre cosas, como cuando afirmamos que el sol saldrá mañana. Es lo que Hume denomina conexión o asociación de ideas, que es la operación que hace la imaginación de separar las ideas simples y unirlas de nuevo como le plazca, para formar ideas complejas. La asociación de ideas surge por la existencia de una serie de cualidades que permiten identificar las ideas simples que son más aptas para unirse en una idea compleja y que llevan a la mente de una idea a otra. Estas cualidades son semejanza, contigüidad en tiempo o lugar y causa y efecto15. Y las relaciones, entendidas como comparación entre objetos, se basan en siete cualidades que hacen que los objetos admitan comparación, que son: la semejanza, la identidad, la relaciones de espacio y tiempo, la cantidad o número, los grados de la cualidad, la contrariedad y la relación de causa y efecto16.

Estas cualidades, o especies, pueden dividirse en dos clases: las que dependen enteramente de las ideas que comparamos entre sí (relaciones variables) y las que pueden ser concebidas sin cambio alguno en las ideas (relaciones invariables).

Por la idea de un triángulo descubrimos la relación de igualdad que sus tres ángulos tienen con dos rectos, y esta relación es invariable, mientras que nuestra idea permanece la misma. Por el contrario, las relaciones de contigüidad y distancia entre dos objetos pueden cambiarse meramente por una alteración de su lugar sin cambio alguno de los objetos mismos o de sus ideas, y el lugar depende de muchos accidentes diferentes que no pueden ser previstos por el espíritu.17

Pasa lo mismo con la identidad y la causalidad, que son nociones que conocemos por la experiencia y no por un conocimiento abstracto o por reflexión. Cualquier fenómeno que derive de las cualidades de los objetos en que se nos manifiestan solo puede ser conocido por nuestra memoria y experiencia18. Por lo tanto, solo hay cuatro relaciones que dependen exclusivamente de las ideas y que por ello pueden ser objetos de conocimiento y de certeza: semejanza, contrariedad, grados de cualidad y proporciones en cantidad y número19. Las tres primeras son apreciables a simple vista, y también la cuarta salvo cuando se requiere un estudio particular para determinarla. Hume considera que las relaciones variables no pueden ser conocidas por un razonamiento demostrativo sino solo por la observación y la experiencia. No se puede obtener el mismo grado de certeza en las relaciones entre ideas, que admiten demostración, que en las relaciones entre hechos, que son inferencias empíricas, considerando que una proposición es cierta cuando es lógicamente necesaria y la proposición opuesta es contradictoria. Negar la proposición de hecho el sol saldrá mañana no implica contradicción lógica, pero nos muestra que no tenemos la misma seguridad de su certeza que en una proposición matemática como 2 + 2 = 4.

Haría el ridículo quien dijese que es sólo probable que el Sol salga mañana o que todos los hombres deben morir, aunque es claro que no tenemos más seguridad de estos hechos que la que la experiencia nos proporciona.20

Queda dicho que la relación causa efecto, la causalidad, es una relación variable, por lo que constituye una cuestión de hecho, de manera que solo la conocemos por la experiencia, nunca mediante una demostración. En realidad, nos dice Hume, las relaciones que conocemos por experiencia son solo probables, porque la experiencia solo puede mostrar que de forma constante ciertos acontecimientos están relacionados, pero no puede demostrar su conexión. Pero el hábito o la costumbre de ver juntos dos fenómenos es lo que nos lleva a creer que uno es causa del otro y que existe una conexión necesaria entre ellos

Una persona que se detiene en su camino por encontrar un río que lo atraviesa prevé las consecuencias de su avance, y el conocimiento de las consecuencias le es sugerido por la experiencia pasada, que le informa de ciertos enlaces de causas y efectos. ¿Podemos, sin embargo, pensar que en esta ocasión reflexiona sobre alguna experiencia pasada y recuerda casos que ha visto u oído, para descubrir los efectos del agua sobre los cuerpos animales? Seguramente que no; no es éste el modo como procede en su razonamiento. La idea de hundirse va tan íntimamente unida con la del agua y la idea de ahogarse tan inmediatamente unida con la de hundirse, que el espíritu realiza la transición sin el auxilio de la memoria.21

Pensamos, pues, que los casos de los que no hemos tenido experiencia deben ser necesariamente semejantes a aquellos en que sí que hemos tenido experiencia22.

Hume hizo despertar a Kant de su sueño dogmático, es decir, le hizo ver el valor de la experiencia como fuente de conocimiento frente a sus posiciones iniciales de estricto racionalismo. Veremos a dónde le lleva.


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1 David Hume: Autobiografía, pág. 50. En Tratado de la naturaleza humana, vol. I. Ediciones Orbis, SA. 1984.

2 id., pág. 53.

3 Tratado..., op. cit., pág. 77.

4 id., pág. 79.

5 id., pág. 81.

6 id., pág. 87.

7 id., pág. 88.

8 id., pág. 91

9 id.

10 id., pág. 92.

11 id., pág. 91.

12 id., pág. 95.

13 id., pág. 96.

14 id., pág. 97.

15 id., pág. 99.

16 id., págs. 103-104

17 id., pág. 171.

18 id., pág. 172.

19 id.

20 Tratado..., op. cit., vol. II, pág. 124.

21 Tratado..., op. cit., vol. I, pág. 216.

22 id., pág. 217.


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