09/03/2024

La duda metódica de Descartes

Se ha dicho de René Descartes (1596-1650) que es el iniciador de la filosofía moderna. Dotado de una exhaustiva formación en filosofía antigua y escolástica por haber sido alumno de los jesuitas en La Flèche, no fue teólogo como gran parte de los autores que le precedieron, y aunque utilizaba también el latín escribió parte de su obra en francés, que en aquel momento eran signos de modernidad. Era poco amigo de las relaciones sociales pero sí gran viajero, y gustaba de levantarse de la cama al mediodía, incluso cuando estuvo en la milicia. Esta costumbre se convirtió en un problema cuando para dar clases de filosofía a la reina Cristina de Suecia, tuvo que desplazarse hasta su reino en el principio de uno de los peores inviernos en sesenta años, y se vio obligado a levantarse a las cuatro de la mañana y desplazarse por las calles heladas hasta la residencia de la reina, lo que rápidamente le provocó una neumonía y murió.

La gran aportación de Descartes, y lo que le convierte en un punto de inflexión en la historia de la filosofía y da paso a la filosofía moderna es que, insatisfecho por las respuestas de Aristóteles y de los escolásticos que tan intensamente había estudiado en su formación inicial, plantea que no hay que analizar la verdad ya conocida, como propone la Escolástica, sino que hay que buscar la verdad. ¿Cómo se alcanza la verdad? Mediante la duda metódica de la existencia del mundo se llega a la certeza de la existencia propia, y después de las cosas extensas, e incluso de la existencia de Dios.

La obra más conocida de Descartes es el Discurso del método para bien conducir la razón y buscar la verdad en las ciencias1, en abreviado Discurso de método, en la que expone de forma sencilla su tesis, que más adelante repetiría de una forma más profunda en la que se considera su obra cumbre, Meditaciones metafísicas2, escrita en latín y en cuyo Prefacio al lector nos dice, o más bien le dice al lector de la época, que ha tratado esos temas en el Discurso del método en francés

no para un estudio exhaustivo, sino de pasada y para saber según el parecer de los lectores de qué manera los había de enfocar más adelante. (…) sigo, por otra parte, un camino tan poco trillado y tan apartado del uso común, que no me ha parecido oportuno aclarar mis puntos de vista en francés mediante un libro que pudiese ser leído por todos, con objeto de que las inteligencias mediocres no creyesen que ésta es la postura que debieran adoptar.3

Intercalaremos citas de ambas obras que se complementan y aclaran mutuamente las respectivas exposiciones oscuras para explicar la tesis principal de Descartes sobre la duda metódica.

Comienza Descartes afirmando que el buen sentido o la razón, es decir, la capacidad de juzgar correctamente, está presente de manera natural en todas las personas, por lo que

la diversidad de nuestras opiniones no procede de que unos sean más razonables que otros, sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por diversas vías y no consideramos las mismas cosas. Pues no basta con tener una mente buena, sino que lo principal es aplicarla bien4.

A continuación, expone que sus estudios de filosofía no habían dado el resultado apetecido

He sido criado en las letras desde mi infancia, y, como se me persuadió de que por su medio se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo lo que es útil para la vida, tuve un deseo extremo de aprenderlas. Pero tan pronto como hube completado todo este curso de estudios, a cuyo término es costumbre ser recibido en el rango de los doctos, cambié enteramente de opinión. Pues me encontré cargado de tantas dudas y errores que me parecía que, tratando de instruirme, no había sacado otro provecho que el de haber descubierto cada vez más mi ignorancia. Y, sin embargo, estaba en una de las escuelas más célebres de Europa, en la que pensaba que debía haber hombres sabios, si es que los había en algún lugar de la tierra5.

No satisfecho con las respuestas de los antiguos, se dedicó a viajar y a conocer el mundo, asistiendo a cortes y enrolándose en ejércitos, pero

Es verdad que mientras no hacía otra cosa que considerar las costumbres de los demás hombres, apenas encontraba algo que me diera seguridad, y que observaba en ellas casi tanta diversidad como la que antes había advertido entre las opiniones de los filósofos.6

Decepcionado después de años de recorrer el mundo sin respuestas

tomé un día la resolución de estudiar también en mí mismo y de emplear todas las fuerzas de mi ingenio en elegir los caminos que debía seguir. Lo cual me resultó mucho mejor, me parece, que si jamás me hubiese alejado de mi país ni de mis libros7.

A lo primero que recurre Descartes es a aquella lógica que había aprendido en su época escolar, pero encuentra que no sirve para encontrar verdades porque es un mecanismo que parte de verdades para construir argumentos. Por eso afirma que

en la lógica, sus silogismos y la mayor parte del resto de sus instrucciones sirven más para explicar a otros las cosas que se saben, o incluso, (...), para hablar, sin juicio, de las que se ignoran, que para aprenderlas. Y aunque contiene, en efecto, muchos preceptos muy verdaderos y muy buenos, hay, no obstante, tantos otros mezclados con ellos, los cuales son o perjudiciales o superfluos, que separar unos de otros es casi tan dificultoso como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol en el que aún no hay nada esbozado8.

Tampoco sirven a Descartes el análisis de los antiguos y al álgebra de los modernos, que se extienden solo a materias muy abstractas y no parecen de utilidad porque el primero está restringido a la consideración de las figuras, y en el segundo, nos hemos sometido hasta tal punto a ciertas reglas y a ciertas cifras, que se ha hecho de él un arte confuso y oscuro, que embrolla el ingenio, y no una ciencia que lo cultiva. Pero no descarta del todo las reglas de la lógica, de las cuales extrae cuatro principios que se compromete a no dejar de observarlos ni una sola vez9, que son el esbozo del método analítico o cartesiano:

El primero era no tomar jamás cosa alguna por verdadera, a no ser que conociese de manera evidente que era tal; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no incluir en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y tan distintamente a mi razón que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda.

El segundo, dividir cada una de las dificultades que yo examinase en tantas parcelas como se pudiera y como fuera exigido para resolverlas mejor.

El tercero, conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para remontarme a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos; y suponiendo incluso un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros.

Y el último, hacer en todo enumeraciones tan enteras, y revisiones tan generales, que estuviese yo seguro de no omitir nada10.

Para encontrar el camino de la verdad, Descartes necesita asegurarse de que lo que conoce es verdadero y para ello se propone poner en duda todo y buscar la fórmula que le permita comprobar la verdad de las cosas. No en el Discurso del método sino en las Meditaciones metafísicas, presenta la hipótesis del genio maligno que le engaña y le hace percibir una realidad falsa:

Supondré, pues, que no un Dios óptimo, fuente de la verdad, sino algún genio maligno de extremado poder e inteligencia pone todo su empeño en hacerme errar; creeré que el cielo, el aire, la tierra los colores, las figuras, los sonidos y todo lo externo no son más que engaños de sueños con los que ha puesto una celada a mi credulidad (...)11

En el Discurso del método introduce la duda metódica al considerar que los sentidos pueden estar engañándole:

puesto que entonces deseaba vacar solamente a la investigación de la verdad, pensé que era menester (...) que rechazase, como absolutamente falso, todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, para ver si, después, quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así, a causa de que nuestros sentidos nos engañan a veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuese tal como ellos nos la hacen imaginar.12

Pero si lo somete todo a duda, descubre que aunque todo lo demás no se considere verdadero, hay algo que es indiscutiblemente cierto, que hay un sujeto que está dudando: no puede haber duda si alguien no duda:

Mas, inmediatamente después, advertí que, mientras quería pensar así que todo era falso, era preciso, necesariamente, que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y al observar que esta verdad: yo pienso, luego yo soy era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de quebrantarla, juzgué que podía aceptarla, sin escrúpulo alguno, como el primer principio de la filosofía que buscaba13.

El primer principio de la filosofía es entonces el conocido como cogito, ergo sum, que no fue enunciado así por Descartes sino como je pense, donc je suis, puesto que escribió su obra en francés y la versión latina procede de la traducción de Etienne de Courcelles (1586-1659). Para continuar con su búsqueda de la verdad, Descartes se plantea qué tiene que tener una proposición para ser cierta y verdadera, como la que ha encontrado que le permite afirmar su existencia como yo pensante, puesto que para pensar es necesario ser. Y da otro paso más afirmando que

juzgué que podía tomar por regla general que todas las cosas que concebimos muy clara y muy distintamente son verdaderas (...)14

Descartes considera que las demostraciones matemáticas y proposiciones como lo que ha sucedido no puede no haber sucedido, es imposible que un objeto sea y no sea al mismo tiempo, o de la nada, nada viene, son necesariamente ciertas. Aún así, no cabe descartar que procedan del engaño del genio maligno, y hay que encontrar una idea que permita aceptar como verdad indudable algo que exista fuera del pensamiento. Y para Descartes, es la idea de Dios, porque la omnipotencia y la infinitud no existen en nosotros, y como toda idea debe poseer una causa que tenga tanta realidad como la idea que es su efecto. Dice en las Meditaciones metafísicas que

no existiría la idea de substancia infinita, siendo yo finito, si no procediese de una substancia infinita en realidad15.

Demostrada la existencia de Dios, dice Descartes, no puede suceder que Dios engañe porque presupone malicia o necedad, y esto no está en Dios. Por lo que lo que es juzgado identificándolo como claro y distinto es como aparece, porque

experimento que hay en mí una cierta facultad de juzgar, que he recibido ciertamente de Dios, como todas las demás cosas que hay en mí; y puesto que Aquél no quiere que yo me equivoque, no me ha dado evidentemente una facultad tal que me pueda equivocar jamás mientras haga uso de ella con rectitud.16

La gran aportación de Descartes no son sus conclusiones, que fueron objeto de dura crítica incluso por sus contemporáneos, sino por haber inaugurado una nueva forma de pensar, que abandona el criterio de autoridad imperante hasta entonces y comienza desde cero a preguntarse por la verdad desde una perspectiva estrictamente crítica. Sin que ello supusiera, al menos en su persona, una ruptura con la tradición cristiana, porque al dar con la clave que resolvía sus preguntas fue en peregrinación al santuario de Loreto.

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1 Editorial Trotta, SA. Madrid 2018.

2 Ediciones Orbis, SA. Barcelona 1985.

3 id., pág. 23.

4 Discurso..., op. cit., pág. 28.

5 id., pág. 32.

6 id., pág. 42.

7 id., págs. 42-43.

8 id., pág. 56.

9 id., pág. 57.

10 id., págs. 58-59.

11 Meditaciones..., op.cit., Meditación primera, pág. 34.

12 Discurso..., op. cit., pág. 83.

13 id., pág. 84.

14 id., pág. 85.

15 Meditaciones..., op.cit., Meditación tercera, pág. 49.

16 id., Meditación cuarta, pág. 55.

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